Es verdaderamente frustrante y descorazonador ver cómo una sociedad, la española, que ha tenido y todavía tiene -de momento- todos los medios a su alcance para cultivar y fortalecer su pensamiento crítico, provocar y saciar inquietudes intelectuales, ha optado en cambio por el desprecio hacia lo que ignora, ha confundido el tener una mente abierta con una especie de culto por la aberración ética, estética y moral, ha frenado y/o impedido el verdadero desarrollo individual y social, maniatado por prácticas extendidas y socialmente aceptadas como el nepotismo y el entretejimiento de redes clientelares a nivel político, sindical y empresarial. No hay peor virus que el de la ignorancia; es más, la ignorancia es el virus al que deberíamos temer más que a ningún otro, pues es el desencadenante de buena parte de las desgracias y miserias que estrangulan nuestra existencia en el día a día.
Contrasta ver cómo en esos países denominados “subdesarrollados, en vías de desarrollo o del Tercer Mundo”, de esos “donde andan en taparrabos”, que dirían algunos que ahora andan con tapabocas, es donde, precisamente, muestran en no pocas ocasiones un suficiente dominio de una lengua ampliamente extendida como, por ejemplo, el inglés, que les permite expresarse y ser entendidos sin dificultad. Mientras, en España no sólo el porcentaje de su población que se defiende con ciertas garantías con el inglés es exiguo, sino que una parte de ese rácano porcentaje se mofa de quienes, teniendo un mínimo conocimiento, cometen lógicos errores de pronunciación. Lo dicho, la burla y el desprecio hacia los demás como contrapeso a las carencias intelectuales propias. Y, ojo, el problema no es la ignorancia… el problema es la actitud de no querer salir de ella. Tenemos, pues, a unos “seres en taparrabos” que viven en una “choza”, que son capaces de comunicarse en inglés; y aquí a unos “seres superiores”, que a veces les cuesta diferenciar el inglés de las ingles, pero que vomitan una sonora carcajada cuando oyen a alguien decir “sha-kes-pe-a-re” en lugar de “ˈʃeɪkspɪə”. Los que van en taparrabos apenas disponen de agua potable pero hacen uso de lenguas universales; mientras, aquí, con todos los recursos humanos y materiales a nuestro alcance… no sólo no nos esforzamos por aprender idiomas de carácter universal, sino que maltratamos el nuestro mientras se despilfarra el dinero de todos en lenguas de alcance local… en fin.
Ocasiona una honda tristeza y una asfixiante impotencia observar las adormecidas mentes de una pasiva ciudadanía que acumula una ira y desesperación que comparte con familiares, amigos y allegados, pero que silente agacha la cabeza, mirando para otro lado, esperando que la divina providencia haga acto de presencia y altere el rumbo, o más bien coja el timón, de una sociedad a la deriva, que se dirige pusilánime hacia las rocas.
No hay peor peste, epidemia o pandemia que la de la ignorancia, la necedad, la soberbia o el pancismo. Ahora bien... ¿acaso hay algún remedio para atajarlas y erradicarlas? Y en caso afirmativo, ¿cuál sería? La respuesta es diáfana aunque su ejecución compleja: la reforma del sistema educativo. Pero no para seguir creando mentes dóciles, fácilmente manipulables y alejadas del verdadero conocimiento, sino para dotarlas de una herramienta imprescindible que accionará la palanca del cambio: el pensamiento crítico, autónomo, independiente como base de la educación ya desde edades tempranas. Esta "vacuna" lleva en un cajón desde hace décadas. Es la sociedad la que ha de despertar y exigir su "inoculación" desde la infancia. El resultado: mentes fuertes, creativas, difíciles de manipular... que serán las que conformen una nueva clase política, una nueva forma de entender la cultura empresarial, una nueva perspectiva de equilibrio entre lo público y lo privado... en definitiva, una nueva sociedad con una mentalidad capaz de superarse, evolucionar y adaptarse a los cambios.
Sólo atajando esta "enfermedad" será posible combatir y erradicar nuestra hoy en día acelerada devastación moral, ética y social. Se puede perder todo... menos el alma... y la esperanza.