«No puedo librarme de ver la televisión... / Vivimos en el reino de la incomunicación, la gente se pudre en su jaula de hormigón», cantaba Barón Rojo hace ya 40 años y, desgraciadamente, las letras de sus canciones, como en este caso, siguen plenamente vigentes a día de hoy. Da la sensación de que nunca antes al momento en que vivimos la sociedad ha estado tan intercomunicada, interconectada, donde la información crece, florece y se multiplica a velocidad de vértigo, como las malas hierbas o las flores del mal... Sin embargo, es paradógico, estamos involucionando hacia un mundo donde la comunicación social está siendo reemplazada por la tecnológica; reduciendo cada vez más la esencial y directa forma de comunicarse entre seres humanos, cara a cara, sin aparatos intermediarios, a un continuo bombardeo de mensajes de texto y de voz que fragmentan nuestra capacidad de socialización hasta el punto de ver, por ejemplo, a una familia o a un grupo de amigos compartiendo mesa y mantel, todos ellos más pendientes de su rectángulo de pantalla táctil, que de aprovechar tal circunstancia para mantener conversaciones naturales, donde los gestos, las expresiones, el lenguaje corporal son protagonistas.
Unas pocas corporaciones, con sus terminales mediáticas, están utilizando la tecnología como vehículo para lograr en la sociedad un cambio de comportamiento con el objetivo de que no sólo acepte, sino que termine totalmente sumisa adorando al nuevo becerro de oro: la mediocridad. Esa que, sobre todo desde hace un par de décadas, está campando a sus anchas por el hemisferio de las Artes y las Humanidades, convirtiendo lo virtuoso en vulgar, o directamente ocultándolo, y elevando lo chabacano, lo grotesco y lo esperpéntico al altar del modelo a seguir, de lo que marca tendencia. Efectivamente, una tendencia... hacia el abismo.
¿Recuerdan los inicios de esa popular plataforma de videos en Internet que ha terminado por formar parte de nuestras vidas y a la cual hay quien dedica su existencia, subiendo archivos donde exhibir las más estrambóticas situaciones? Al principio, la Red de Redes se antojaba un océano de conocimiento, también pululaban las excentricidades, pero no era difícul encontrar contenidos de calidad. Echen un vistazo hoy, ahora mismo, a la página de inicio de esa plataforma y observen el material que la puebla: videobasura. La cual unida a la basura televisiva y, en general, salvo honrosas excepciones que confirman la regla, a la de unos medios de comunicación en los cuales ya no es raro y excepcional el toparse con un cada vez más acusado descuido del lenguaje hablado y escrito, han pasado a formar parte de ese reino de la mediocridad en el que la sociedad parece estar instalándose sin complejo alguno.
¿"Democratización" o tiranía sobre el conocimiento?
¿Se han parado a reflexionar sobre lo que supone ser dependiente de un buscador web y, en definitiva, de quien maneja sus algoritmos, así como la indexación de contenidos? De la "democratización" del conocimiento en los pasos iniciales, podemos decir que estamos ya inmersos en la tiranía de la Red, en la cual no sólo aparecen en las búsquedas aquellos contenidos que unos pocos consideran prioritarios para la mayoría, sino que la censura que se ejerce, al menos por el impacto de la acción, que afecta a miles de millones de personas en todo el mundo, no tiene parangón en la historia de la humanidad.
Se hace prácticamente obligatorio recurrir al pasado para leer un buen libro, escuchar una brillante canción, ver una magnífica película o admirar una extraordinaria obra de arte, ya sea pictórica, escultórica o arquitectónica. Y no porque no haya excelsos escritores, compositores y artistas, sino porque existe un empeño en imponer la ponzoñosa, degradante y decadente "creatividad" que inunda los mass media, internet y las redes sociales, conviertiendo a aquellos en una especie de frikis y a los verdaderos frikis en referentes sociales.
Y es que los nuevos cánones sobre la belleza, el arte y la naturaleza que se están imponiendo en la sociedad son una especie de anti-estética que parece salida de la profunda oscuridad de una caverna -con el máximo respeto para el arte rupestre-, y que no se conforma con ser corriente dominante, sino que trata de arrinconar, desvirtuar o eliminar, precisamente, lo virtuoso. Es evidente que la virtud puede tener muchas aristas, pero lo vulgar, lo chabacano, lo grotesco, lo esperpéntico... sólo tiene una.
No nos cansaremos de repetir uno de nuestros eslóganes favoritos en La Píldora del Saber: menos tecnología y más filosofía, algo que en los extraños tiempos que corren parece más un brindis al sol más que una proclama que se pueda llevar a cabo. En cualquier caso, es nuestro deber seguir apostando por ella, con la esperanza de que esta etapa de oscuridad que nos está llevando al precicipio de la deshumanización, sea superada e inundada por la luz de la sabiduría, devolviendo a la virtud su cetro y su corona.