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«Doctor Livingstone... supongo»

Doctor Livingstone Stanley

[Imagen: Unknown author, Public domain, via Wikimedia Commons]

En la segunda mitad del siglo XIX, los territorios africanos que se convirtieron en meta de las potencias europeas -en particular Gran Bretaña, Francia, Alemania y Bélgica-, que trataban de hallar en aquellas regiones, todavía no explotadas y en gran parte ni siquiera exploradas por europeos, las materias primas a bajo precio y los vastos mercados que necesitaban sus industrias. La ocupación de África no estuvo exenta de brutalidades contra los indígenas, y la explotación a la que éstos fueron sometidos no constituye una página honrosa en la historia de la civilización europea.

Sin embargo, puesto que África era en aquellos tiempos un continente en gran parte desconocido para los europeos, el proceso de colonización tuvo que ser precedido por la exploración de aquellos territorios. Muchos de los que se llamaban exploradores eran, en realidad, aventureros que sólo buscaban el medio más rápido para enriquecerse a expensas de los desdichados indígenas o de los gobiernos que financiaban sus expediciones. Otros, en cambio, eran científicos y misioneros que se adentraban en el corazón de África impulsados por el deseo de saber y de llevar la civilización europea a unos pueblos que, en muchos casos, ellos suponían menos civilizados de lo que eran en realidad. A esta segunda categoría pertenecía David Livingstone.

Doctor Livingstone
David Livingstone. [Imagen: Frederick Havill, Public domain, via Wikimedia Commons]

Nacido en Blanthyre, cerca de Glasgow (Escocia), el 19 de marzo de 1813, Livingstone era un simple empleado de la industria algodonera cuando empezó a interesarse por los problemas religiosos, principalmente los relacionados con la actividad misionera. Una vez terminados sus estudios de Teología y Medicina en el Anderson College de Glasgow, en 1841 aceptó su traslado a Kuruman, en Bechuanalandia -Botswana-, donde existía un centro misionero.

Desde 1840 hasta 1873, año de su muerte, Livingston alternó el apostolado y la asistencia a los indígenas con los viajes de exploración que, durante 30 años, le permitieron recorrer el África austral en toda su longitud y anchura. De este modo, mientras se prodigaba como médico y misionero, exploró las regiones septentrionales del Trópico de Capricornio, atravesó el desierto de arena del Kalahari y descubrió el lago Ngami.

Descubridor de las cataratas del «humo atronador»

En 1851, después de haber remontado parte del curso del Zambeze, Livingston se dirigió hacia el oeste, atravesó Angola y alcanzó la costa atlántica en San Pablo de Loanda -Luanda-. Desde allí, volvió sobre sus pasos, llegó otra vez al Zambeze, en cuyo curso descubrió las grandes cataratas a las que dio el nombre de Victoria (los indígenas las llamaban Musi-oatunya, «humo atronador») y, prosiguiendo su marcha hacia Oriente, llego a Quelimane, en la costa del Océano Indico, con lo que se convirtió en el primer europeo que, según consta, recorrió África desde un océano al otro. En los cinco años que median entre 1858 y 1863, viajó a lo largo del curso inferior del Zambeze, descubrió el lago Chirua y exploró la cuenca del Nyassa.

Finalmente, en 1866, emprendió el que sería su último viaje, con el objetivo, que después se revelaría vano, de buscar las fuentes del Nilo. Al oeste del Nyassa descubrió los lagos Bangueolo y Moero, y en 1869 efectuó una larga travesía sobre las aguas del gran lago Tanganyika. La postración física, el dolor causado por la pérdida de su esposa (muerta a consecuencia de una enfermedad contraida en la expedición precedente) y, sobre todo, la dificultad objetiva en lo que se refería a comunicarse con el mundo civilizado, indujeron a Livingstone a recluirse cada vez más en sí mismo y, al propio tiempo, abstenerse de facilitar noticias acerca de sus movimientos.

Cataratas Victoria Falls Africa
Cataratas Victoria.

Hay que tener presente que, en aquella época, David Livingstone, médico, misionero y explorador, era un héroe mundial, lo que explica el interés que podía inspirar su suerte en la opinión pública. El gran diario estadounidense The New York Herald tenía entonces un director, James Gordon Bennet Jr., dotado de lo que se llama «olfato» periodístico, y él fue quien comprendió la importancia que podía revestir, sobre todo para la difusión de su periódico, la localización del ya legendario misionero escocés. Por lo tanto, Gordon Bennet ordenó a un enviado especial suyo que buscase a Livingston.

El hombre al que se pudo confiar tan difícil misión, James Rowlands (nacido en 1841, en Denbigh, un pueblecillo de Gales), era conocido con el nombre adoptivo de Henry Morton Stanley y tenía un pasado lleno de peripecias. Su infancia recordaba las aventuras de David Copperfield, el personaje de Dickens, sin que faltaran en él los ambientes sórdidos, la miseria, las escuelas con personal despiadado, y unos padres desnaturalizados. Después de emigrar a los Estados Unidos, se enroló con los confederados y participó en la Guerra de Secesión; más tarde se dedicó al periodismo y, como corresponsal, asistió a las guerras contra los indios, a la campaña anglo-abisinia (1867-1868), y a los acontecimientos de la revolución española de 1868.

El encuentro y la célebre pregunta de Stanley

A juzgar por testimonios fidedignos aportados por viajeros árabes e indígenas en Zanzíbar, donde Stanley había empezado a organizar la caravana de socorro, parecía ser que Livingston había establecido su base, hacía ya algún tiempo, en Ujiji, junto al lago Tanganyika. Por lo tanto, el 21 de marzo de 1871, al frente de 192 hombres, Stanley partió hacia dicho lago. Atravesó montañas, desiertos, selvas, pantanos y sabanas; se adentró en las regiones infectadas por la mosca tsé-tsé, que causó estragos entre los animales de la expedición; fue víctima de la malaria y de las fiebres reumáticas; se medicó con quinina y afrontó la estación de las lluvias, que dejaron los caminos casi impracticables. Pero finalmente cerca de Ujiji, en la falda de una colina escarpada que domina las aguas del Tanganyika, encontró a un europeo, un anciano de aspecto enfermizo, con una barba blanca. Stanley se quitó el casco, esbozó un saludo y preguntó: «¿El doctor Livingstone, supongo?» El anciano respondió afirmativamente. Era el 10 de noviembre de 1871.

Momento de la película 'El explorador perdido' (1939).

Los dos hombres se separaron después de pasar cuatro meses juntos. Stanley regresó a su país, mientras Livingstone, con los medios y los hombres que su amigo le había proporcionado, efectuaba nuevos viajes de exploración. Sin embargo, había llegado ya al límite de sus fuerzas y el 1 de mayo de 1873, junto a las orillas del Bangueolo, el lago que había descubierto unos años antes, Livingston cerró definitivamente los ojos. Su cadáver, trasladado a la costa y embarcado a bordo de un buque inglés, fue transportado a Inglaterra y enterrado en la abadía de Westminster.

Al final... ¿quién se acabó comiendo a quién?

Convertido, gracias a sus artículos sobre Livingstone, en uno de los personajes más famosos del mundo, Stanley regresó a África en 1874. Tras un largo reconocimiento en la zona de los Grandes Lagos, descendió en canoa a lo largo del río Congo, el segundo de África después del Nilo, pero el primero del continente por su caudal y por la extensión de su cuenca. Fue un viaje dramático, ya que Stanley y sus compañeros, aturdidos día y noche por el redoble de los tambores, se vieron obligados a rechazar varios asaltos de tribus de nativos sumidos en la desesperación que provoca el hambre (y por este motivo caníbales). Finalmente, después de 999 días de viaje, Stanley llegó el 12 de marzo de 1877 a Cabinda, en el litoral atlántico, cerca del estuario del río, y con ello demostró la existencia de una ruta de penetración en la cuenca del Congo a partir de la misma costa atlántica.

Entretanto, en aquellos mismos años Leopoldo II, rey de Bélgica, había fundado una Asociación Internacional Africana y un Comité de Estudios para el Alto Congo, con la vaga misión de proceder a la exploración y civilización de África, pero en realidad creados para preparar la expansión colonial belga en el África austral. Se confió a Stanley el encargo, que él aceptó y cumplimentó exitosamente, de establecer una serie de estaciones fluviales a lo largo del curso del Congo, lo que significó prácticamente el nacimiento del Congo belga.

Una de las más atroces e ignoradas carnicerías de la historia

En 1885, la Conferencia de Berlín creó el Estado Libre del Congo, cuya corona fue ofrecida a Leopoldo II (sólo más tarde, en 1908, lo cedería al reino de Bélgica como colonia) el cual inició un proceso sistemático de explotación de aquel territorio riquísimo en materias primas. Para los millones de nativos, la llegada de la civilización europea significó un trabajo no retribuido y el final de cualquier forma de independencia, y muchos de ellos se rebelaron. Durante 30 años se desarrolló en el África austral una de las más atroces e ignoradas carnicerías de la historia, y la población del Congo descendió de 25 a 12 millones de habitantes. Durante este período y después de realizar otros hallazgos en tierras africanas (el descubrimiento de los lagos Alberto y Eduardo, y el macizo del Ruwenzori), expiró Henry Morton Stanley en un suburbio londinense, el día 9 de mayo de 1904. A buen seguro, un destino final bien diferente al de quienes le encomendaron sus misiones, quienes han pretendido pasar a la historia como líderes de países que se autoproclaman adalides de los valores democráticos y los Derechos Humanos. Lecciones de moral, las justas. Al final, la historia, más tarde o más temprano, pone a cada cual en su sitio, erigiéndose en juez y dictando sentencia inapelable contra la ambición y el carácter ruin y miserable de quienes, creyéndose por encima del biel y del mal, desprecian y cometen las más terribles barbaridades sobre sus semejantes.

¿Quién civilizó a quién?

 

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[Fuente: VVAA (1978). La búsqueda de Livingstone. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo III, pp. 33-36). Milán, Italia: Editrice Europea di Cultura]