El Dr Alain Bombard, nacido en Francia en 1924, médico en el hospital de Boulogne-sur-Mer, se enfrentó en el curso de su actividad profesional con el problema del salvamento de náufragos y se dedicó con excepcional tesón al hallazgo de posibles soluciones. Durante la II Guerra Mundial el problema de la supervivencia de seres humanos abandonados a bordo de una pequeña balsa se había presentado numerosas veces: pilotos de aviones abatidos, tripulantes de naves hundidas, transportes de tropas torpedeados en pleno Atlántico habían presentado una trágica gama de situaciones, caracterizadas todas ellas por la necesidad de la supervivencia, por vencer durante días las terribles insidias del hambre y de la sed en espera del ansiado salvamento.
Bombard partió de las observaciones registradas en tales casos y se propuso estudiar las posibilidades de salvación existentes para futuros náufragos. ¿Cómo sobrevivir abandonados abordo de una miserable balsa, en un pequeño bote, sin víveres, en medio del océano? Bombard quiso dar una respuesta positiva a este problema, y para ello se puso manos a la obra con sus propias investigaciones científicas y con su particular experiencia directa.
Instinto de supervivencia
En esencia, se enfrentó con el problema de la navegación en solitario. Se calcula que sólo la cuarta parte de los náufragos perece después de un período más o menos largo de permanencia sobre endebles embarcaciones de emergencia. Hay, por otra parte, el precedente de los navegantes que han surcado solos el océano. El elevado porcentaje de náufragos que han podido salvarse, y el éxito de la aventura del navegante solitario parecen demostrar que de sus propios percances es posible extraer algunas normas de conducta destinadas a lograr mayores seguridades de supervivencia en el mar.
A esta tarea se entregó Bombard totalmente. Ante todo estudió las empresas de algunos navegantes que prácticamente habían ya, en cierto sentido, resuelto algunas de las dificultades con las que debe enfrentarse el náufrago. Por ejemplo, Joshua Slocum, el estadounidense que a fines del siglo XIX había realizado a bordo de su embarcación, llamada Spray, la vuelta al mundo; o Fred Rebell, quien entre 1931 y 1933 había atravesado el Pacífico; o también la de Marin Marie, que en 1933 había cruzado el Atlántico. Los tres, por citar solamente algunos ejemplos, habían resuelto prácticamente el problema de mantener el rumbo durante las horas de sueño, superar la angustia de la soledad, vencer las tempestades a pesar de la pequeñez de su embarcación, etc.
En resumen, Bombard consideró que la posibilidad de permanencia en el mar depende de la solución que se dé a tres órdenes de dificultades:
- Conocer muy bien los vientos, las corrientes marinas y el clima (lo cual puede permitir que una embarcación muy pequeña recorra con cierto margen de seguridad grandes distancias).
- Poseer las más amplias nociones posibles de técnica marinera.
- Aprender a alimentarse y a apagar la sed aprovechando los recursos del propio mar, con objeto de prescindir al máximo de las propias reservas en alimentos y bebidas.
Como afirmaba el propio Bombard, puesto que ya no quedan tierras por descubrir, importa mucho más ahora descubrir el mar que rodea a estas tierras, es decir, conocer mejor sus recursos y aprender a evitar sus peligros.
El agua también se come
En octubre de 1951 Bombard visitó el Museo Oceanográfico de Mónaco, y allí estudió con particular atención los problemas relacionados con la alimentación del náufrago. Llego así a la conclusión de que la fauna marina, explotada racionalmente, puede suministrar al ser humano todas las sustancias básicas que éste necesita para su subsistencia: además de la vitamina B12, antianémica (de cuya carencia el hombre empieza a sentir los efectos al cabo de cierto tiempo), todas las vitaminas esenciales (A, B1, B2, D) abundan en la carne de diversos peces; la vitamina C, antiescorbútica, se encuentra en el plancton, que puede ser recogido fácilmente con la ayuda de una red de malla muy fina. En cuanto al agua, Bombard descubrió que ésta se encontraba en cantidad suficiente para la supervivencia en los peces, cuyos tejidos contienen menor cantidad de cloruro de sodio que los de los mamíferos, ya que la proporción de agua existente en su cuerpo oscila entre 50 y 80%. Es fundamental, sin embargo, para el presunto náufrago que evite caer en la carencia de líquido antes de haber conseguido capturar una cantidad suficiente de peces; sin embargo, estos difíciles momentos iniciales pueden superarse fácilmente con la administración de pequeñas dosis de sal.
Mónaco-Islas Baleares, prueba piloto
Después de elaborar su propio programa de trabajo sobre las anteriores bases, Bombard se arriesgó, en 1952, a poner en práctica sus hipótesis. Se hizo con un bote de salvamento de tipo Zodiac, y llevó a cabo con un compañero, el panameño Jack Palmer, un primer viaje de ensayo entre Mónaco y las Islas Baleares. El bote, de fondo plano, medía 4,60 metros de longitud y 1,90 metros de anchura, y se sostenía con la ayuda de dos flotadores en forma de tubos de goma hinchados; una vela de 3 metros cuadrados completaba su aparejo. Fue bautizado con el nombre del l'Hérétique -El Hereje-. Los atrevidos navegantes partieron el 25 de mayo, y dos días después ya habían iniciado sus dietas de pescado; el 11 de junio llegaron felizmente a las islas españolas en el Mediterráneo.
Más testarudo que el mar durante 65 días
A pesar de las diferencias existentes entre el Mediterráneo y el Atlántico, Bombard supo aprovechar hábilmente la corriente marítima de las Canarias, y en 10 días cubrió la primera etapa Tánger-Casablanca. El 25 de agosto partió de Casablanca, y al undécimo día de navegación desembarcó en el puerto de Las Palmas, en las Canarias. Tras un descanso de mes y medio, el 19 de octubre inició la parte más importante del viaje, la travesía del Atlántico, en el curso de la cual tuvo que enfrentarse con diversos y graves peligros. Cierta vez, por ejemplo, el viento le rasgó la vela, y él la recosió pacientemente con los pocos medios que tenía a mano. En otra ocasión, durante un temporal, el agua llenó casi por completo su bote, que él se vio obligado a vaciar tras ímprobo trabajo de muchas horas, en lucha, además, contra el mar embravecido, pues el náufrago, como afirmaba el propio Bombard, si quiere salvarse debe ser más testarudo que el mismo mar.
La dieta establecida demostró ser totalmente eficiente, y el navegante pudo subsistir durante muchos días sin beber un solo sorbo de agua; el peor momento ocurrió durante los días 10 y 11 de diciembre, cuando el náufrago voluntario encontró en su travesía al navío inglés Arakaka; se encontró muy mal y empezó a experimentar dolorosísimas impresiones de hambre y sed.
Con todo, el 23 de diciembre, tras una travesía de 65 días, arribó a Bridgetown, capital de Barbados, la isla más oriental del grupo de las Pequeñas Antillas.
El experimento que Bombard había querido realizar personalmente presentaba un saldo totalmente positivo, y constituía la demostración práctica de las muchas posibilidades de salvación que tiene náufrago.
[Fuente: VV.AA. (1978). El experimento del doctor Bombard. En Maravillas del Saber. Consultor Didáctico (Tomo III, pp. 68-69). Milán, Italia: Editrice Europea di Cultura]