Cuando llegó a América, Cristóbal Colón se proponía encontrar una ruta de comunicación con las Indias más rápida que la circunnavegación de África. El descubrimiento, en pleno océano, de tan gran extensión de tierras abrió un horizonte insospechado a la colonización española y, en cierto sentido, cambió la historia del mundo. Desde el punto de vista del problema que Colón se había planteado, es indudable que la existencia del continente americano fue un enorme estorbo. Por ello, casi al día siguiente de la llegada a tierras americanas, empezaron los intentos por descubrir un paso marítimo entre el Atlántico y el otro gran océano, el Pacífico, que se hallaba al otro lado del Nuevo Mundo.
La primera revelación precisa en tal sentido se debió a Vasco Núñez de Balboa que, en 1513, atravesó el istmo de Panamá. La expedición de Balboa probó que, al menos en aquel lugar, el continente era muy estrecho, y también que, a pesar de su estrechez, era continuo y no dejaba la posibilidad de que se pudiera ir en barco de un lado a otro de él. En 1520, navegando hacia el sur, Fernando Magallanes descubrió el estrecho que lleva su nombre y consiguió llegar al Pacífico. El viaje de Magallanes demostró que la navegación era larga y muy peligrosa por aquel estrecho.
Visto que en el centro no había un paso, y que en el sur lo había, pero muy incómodo, algunos empezaron a preguntarse si no sería conveniente doblar el continente por el norte. Por ello, desde fines del siglo XVI se efectuaron intentos y viajes de orientación. Entre otras cosas, una serie de consideraciones geológicas y biológicas confirmaba poco a poco la teoría de una mayor proximidad relativa de los tres continentes (Europa, Asia y América) en la región nórdica. Muchas coincidencias en las características de la fauna y de la conformación del suelo, y también de los rasgos de los grupos humanos establecidos en el norte de Europa, Asia y América, permitían suponer, o que aquellas tierras habían estado más contiguas en tiempos remotos, o que cuando menos, el paso de animales y humanos de un lado a otro podía llevarse a cabo.
Inhóspito para el ser humano, un paraíso para la fauna y la efímera flora
Pero la empresa tenía difícil apariencia, prescindiendo del hecho de que se estuvo mucho tiempo sin noción clara de la estructura del Ártico, y de que había notable divergencia de opiniones entre los que imaginaban una extensión de aguas marinas heladas y los que creían en la existencia, al menos en algunos lugares, de tierra firme debajo del hielo. Los terrenos fragmentados y atormentados que se dilatan alrededor del casquete polar, si en el breve verano se cubren de una espesa aunque efímera vegetación y están habitados por una fauna bastante rica (focas, osos polares, bueyes almizcleros en América, renos en Europa, zorros, lobos, liebres polares, pájaros), son sumamente inhóspitos, y ofrecían una mísera base de partida antes de adentrarse por el Océano Glacial Ártico.
Por estas razones, en los viajes que sobre todo los holandeses e ingleses efectuaron en los siglos XVI y XVII, se descubrieron islas, brazos de mar, estrechos, etcétera, pero no se dio ningún resultado definitivo en cuanto al descubrimiento del anhelado paso: Martin Frobisher llegó a la tierra de Baffin y la exploró en busca de oro (1576); John Davis, en uno de sus viajes, bordeó durante unos 1.500 kms. las costas de Groenlandia (1587), y Henry Hudson inspeccionó, en 1609, el estrecho y la bahía que hoy llevan su nombre, y pereció en un motín de la tripulación, exasperada por el esfuerzo.

Como se ve, los viajes hacia el oeste permiten amplios reconocimientos y descubrimientos. Pero a finales del siglo XVII parecen invitar a dos tipos de consideraciones: en primer lugar, la utilización práctica de las nuevas rutas, admitiendo que existan, resulta demasiado peligrosa; en segundo, debido a las dificultades y la longitud del camino qué se vislumbra, fallan los motivos de conveniencia económica que habían inspirado las exploraciones y animado a gobiernos, compañías y capitalistas a financiarlas.
En el siglo XVIII tuvo lugar la gran empresa de James Cook, que habiendo explorado la costa americana a lo largo del Pacífico hasta el estrecho de Bering (1773), certificó la existencia del Océano Glacial Ártico, que muchos se habían propuesto alcanzar, insistiendo en sus peregrinaciones a lo largo de la bahía de Baffin.
La tragedia del Erebus y el Terror
Habiendo disminuido los intereses utilitarios más urgentes, pasó mucho tiempo antes de que objetivos estrictamente científicos dieran impulso a nuevas búsquedas del paso. Continuaron las observaciones del clima, las corrientes marinas y los desplazamientos de los icebergs, y se construyeron barcos e instrumentos que respondían mejor a las necesidades, de modo que a principios del siglo XIX hubo una intensa reanudación de las exploraciones en el Ártico. Entre las principales se distinguen la del inglés John Ross, que, siguiendo las huellas de Cook, llegó en 1829 a descubrir la Tierra de Boothia; la de su lugarteniente William Edward Parry, que se internó por el laberinto de las islas canadienses y que en 1827 intentó incluso llegar al polo; y la del capitán británico John Franklin, el cual, después de efectuar una extensa exploración de la desembocadura del río Mackenzie, fue enviado en 1845 por el gobierno inglés con los barcos Erebus y Terror a la Isla del Rey Guillermo. Llegado a ella, los hielos bloquearon a la expedición y, después de tres inviernos de penalidades, sucumbió por completo. La tragedia de la misión de Franklin, en vez de desanimar empresas ulteriores, despertó gran emoción en el mundo entero y fue el punto de partida de una serie de generosas tentativas de llevar socorro a los exploradores prisioneros de los hielos, de los cuales se tenían noticias imprecisas.
Amundsen, en busca del polo magnético
Después de verse obligada a pasar dos inviernos en la nieve ceñida de hielos, el 6 de abril de 1853 la expedición de Mac Clure fue alcanzada por un pelotón de hombres del capitán Kellet, enviado desde Inglaterra a la isla Melville. Mac Clure y los suyos se unieron a ellos y recorrieron así por completo el paso del Noroeste. Este brillante resultado hizo que siguiera casi sin descanso la investigación de la región polar. Se localizaron nuevas islas y se consagraron en particular al reconocimiento de Groenlandia. Suecos, rusos, noruegos e italianos participaron también en aquel género de exploraciones. Hasta 1903, desde el punto de vista objetivo, si no desde el práctico, no se abrió una vía efectiva de comunicación. El mérito correspondió al noruego Roald Amundsen, el cual, queriendo precisar la situación del polo magnético, además de lograr tal propósito en la Isla del Rey Guillermo, lograba alcanzar en su barco Gjöa el estrecho de Bering.
En épocas posteriores, entre las etapas más significativas de esta carrera para establecer itinerarios en la zona ártica, se distinguen la expedición del rompehielos canadiense Labrador, que en unos dos meses recorrió en 1954 el camino que a principio de siglo se realizó en varios años, y el viaje en inmersión del submarino atómico Nautilus de la marina estadounidense, que en 1958 en nueve días, salvó el trayecto de Alaska a Groenlandia, pasando por debajo de los hielos. Apuntar por último que el petrolero SS Manhattan fue el primer barco comercial en cruzar el paso del Noroeste en 1969.
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[Fuente: VVAA (1978). El paso del Noroeste. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo III, pp. 40-43). Milán, Italia: Editrice Europea di Cultura]