Espíritu de emulación, sed de aventuras, extraordinaria capacidad de trabajo, pero también gran generosidad son los rasgos que definen la excepcional figura de Roald Amundsen, el explorador noruego cuyo nombre va unido a dos hitos importantes en la historia de los descubrimientos geográficos: el paso del Noroeste y la conquista del polo Sur.
Las regiones de las extremidades norte y sur del planeta fueron el escenario habitual de su vida, a partir del momento en que, niño todavía y contraviniendo los deseos de sus padres que querían hacer de él un médico, escapó de casa para embarcar como grumete en un barco ballenero; muchos años después, serían precisamente los hielos del polo Norte el escenario en que terminarían su vida y su excepcional carrera de explorador.
Una de las características de Amundsen fue precisamente su espíritu abierto a las innovaciones y su insaciable curiosidad para experimentar todos los nuevos medios que pudiesen abrir al ser humano nuevas posibilidades de conquista del planeta. Es así como dos años después de su victoriosa expedición al polo Sur, Amundsen estaba ya plenamente entregado a los preparativos para realizar una nueva expedición a las tierras árticas, expedición que debió sufrir un retraso a causa del inicio de la Primera Guerra Mundial. Pudo partir finalmente en 1917, a bordo de la nave Maud, que permaneció en aguas del océano glacial Ártico hasta el año 1922 y recorrió, siguiendo la ruta de Nordenskjöld, los parajes del paso del Nordeste.
La expedición del Maud fue ciertamente una de las menos espectaculares de Amundsen, pero una de las más ricas en resultados científicos. Entre otras cosas, y por primera vez en la historia de las expediciones polares, se empleó la aviación como medio auxiliar en las tareas de investigación; por el momento ésta no dio los resultados que de ella cabía esperar, pero a pesar de todo Amundsen creyó firmemente en sus posibilidades, si no inmediatas, cuando menos para un futuro no muy lejano, pues por aquella época la aeronáutica estaba realizando rápidos progresos. Había, desde luego, el problema financiero, pero vino en su ayuda un rico estadounidense apasionado por el nuevo medio de viaje, Lincoln Ellsworth.
Por otra parte, el porvenir de la aviación despertaba vivo interés en los medios comerciales e industriales, con lo que no resultó difícil para un hombre de la fama de Amundsen hallar la financiación para su proyecto de ensayar, después de haber triunfado por los caminos de la tierra y el mar, el camino del aire. Así, pues, en 1922 desembarcó del Maud (que, bajo el mando del capitán O. Wisting y el científico H. U. Sverdrup, continuó sus investigaciones hasta 1925) y se dedicó por entero a su proyecto de alcanzar el polo Norte por vía aérea. Pero Amundsen, que había sido favorecido por la fortuna en todas sus exploraciones terrestres y marítimas, se encontró con serías dificultades en el campo de los viajes aéreos. A pesar de haberlo preparado cuidadosamente durante dos años, el vuelo desde las islas Spitzberg hasta Alaska a través del polo Norte resultó prácticamente un fracaso. Habiendo partido en mayo de 1925 de la tierra de Haakon VII con una pequeña expedición formada por dos hidroaviones de fabricación italiana, Amundsen y Ellsworth se vieron obligados, a causa del mal tiempo, a aterrizar a unos 300 km del polo; no pudieron despegar de nuevo, y se vieron obligados a regresar a pie en una marcha de casi un mes de duración.
Nobile, compañero y amigo
El resultado, inferior a las esperanzas que sobre el proyecto se habían forjado, inclinó al infatigable Amundsen a decidirse por el dirigible, que en aquellos años era considerado más seguro y de mayor autonomía de vuelo que los aviones. Y así, con la doble finalidad de hallar una nueva vía para las comunicaciones a través de las regiones árticas, y también proseguir en sus investigaciones científicas, se puso en contacto con el Gobierno italiano y obtuvo de éste la concesión de servirse de un dirigible fabricado en Italia, del tipo semirrígido, que fue rebautizado con el nombre de Norge, pero con la condición de que sería mandado por el ingeniero italiano y general de la aviación Umberto Nobile, que era un técnico de fama mundial. Además de Nobile y Amundsen formaron parte de la tripulación Ellsworth juntamente con otros 14 miembros.
Después de un viaje a través de Europa, el Norge partió de la bahía del Rey, en las islas Spitzberg, para su travesía definitiva, el día 11 de mayo de 1926.
Mientras Amundsen se preparaba para este vuelo, dos días antes el estadounidense Richard Evelyn Byrd despegó casi de improviso a bordo de un trimotor y al cabo de pocas horas sobrevolaba el polo para regresar felizmente a la base de partida; la primacía que Amundsen tan afanosamente perseguía se le escapaba así de las manos. Pero queda todavía el hecho de que el Norge, que partió dos días después del vuelo de Byrd, sobrevoló a pesar de todo el polo el 12 de mayo de 1926, y además, y a diferencia del vuelo de aquel, no regresó inmediatamente, antes bien continuó su viaje para llegar un día después a Alaska, y aterrizar, el día 14, en Nome, en la costa del Pacífico. A los valientes aviadores del Norge les corresponde el indiscutible mérito de haber realizado la primera travesía aérea de las regiones árticas con una regularidad y seguridad tales que permitían forjar sobre ellas grandes esperanzas para el futuro.
El último vuelo de Amundsen
Justificadas o no las críticas hechas a su decisión, Amundsen consiguió silenciarlas dos años después, gracias al nobilísimo gesto que, desgraciadamente, pondría fin a su existencia. En 1928 el Gobierno italiano quiso que Nobile intentarse él solo, con una tripulación exclusivamente italiana, repetir la empresa que dos años antes tan felizmente había sido realizada. Y así Nobile partió a bordo del dirigible Italia y por segunda vez sobrevoló el polo. Pero en el viaje de regreso el dirigible cayó sobre el pack ártico; parte de la tripulación pereció en el accidente, pero el resto de la misma, entre la que se encontraba Nobile herido, pudo escapar de la catástrofe, aunque se vio obligada a acampar sobre el hielo por hallarse privada por completo de los medios necesarios para realizar una marcha a pie.
Gracias a un nuevo descubrimiento, la radio, el mundo supo en pocas horas la noticia que antes hubiese necesitado largo tiempo para ser conocida. Como es de suponer, produjo una intensa emoción. Amundsen, en cuanto se enteró de que su amigo y antiguo compañero Umberto Nobile se hallaba en peligro, no vaciló ni un instante en acudir en su ayuda. Sabía mejor que nadie con qué urgencia se tenía que prestar socorro a los supervivientes, para que los heridos no sufrieran los terribles efectos de la temperatura glacial.
Amundsen partió el 18 de junio de 1928. Su heroísmo no logró el fruto que merecía. Le traicionó el medio de transporte utilizado, que no estaba todavía preparado para vuelos de aquella naturaleza. El avión sufrió una avería y se precipitó contra los hielos. Amundsen, que tantas veces los había desafiado y vencido, perdió la vida en el accidente.
En cambio, Umberto Nobile, al que una comisión investigadora declararía, en 1929, responsable de aquellos desastres, tuvo la fortuna de ser rescatado por otro bravo aviador, el sueco Lundborg.
[Fuente: VVAA (1978). El vuelo de Amundsen. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo III, pp. 59-61). Milán, Italia: Editrice Europea di Cultura]