Personas decentes, monstruos y reputaciones asesinadas
Un viaje en el tiempo desde La Habana de Yarini hasta la de los Rolling, pasando por la de los artistas despojados de su arte, víctimas de una atroz y despiadada masacre contra la creatividad.
... es como los huracanes tropicales: pasan, joden, y luego se van, se pierden... [Imagen: LPDS]
Quien se considere una persona decente, que arroje la primera piedra... A través del género policíaco y de la mano de su co-protagonista, el otrora agente de policía y ahora detective, Mario Conde, el escritor cubano Leonardo Padura nos brinda en Personas decentes la oportunidad de subirnos a su máquina del tiempo y, con continuas idas y venidas, viajar entre La Habana de la primera década del pasado siglo y la de la segunda de la presente centuria, valiéndose en esta última del ya citado y habitual personaje de sus obras policíacas, mientras que para la capital cubana de principios del XX Padura recurre a la real y mítica figura del proxeneta de ascendencia italiana y española, Alberto Yarini y Ponce de León, un verdadero ídolo local cuyo carisma, cual imán, ejercía una poderosa atracción sobre los más diversos estratos sociales de la época, desde las clases más desfavorecidas a las más acomodadas, un magnetismo al que tampoco se pudo resistir el inspector Arturo Saborit Amargó, el otro protagonista de la novela.
Aunque esa fascinación que despertaba un hombre bien parecido, culto, refinado y cortés, capaz de dar la cara por su patria y cualquier cubano, especialmente por aquellos discriminados por su raza o condición social, no dejaba de ser para unos pocos, o más bien unas pocas, una máscara tras la que se ocultaba una persona fría y calculadora, con un especial y arrollador don de gentes con el que manipular a sus víctimas para lograr sus objetivos. Sólo algunas de las mujeres a las que el chulo protegía a cambio de recibir el beneficio que la explotación sexual de sus cuerpos le reportaba, parecían ser conscientes de quién era realmente su protector. Alguien que en un contexto de posguerra de crudeza y desesperación había visto el filón para captar la mano de obra que hiciese florecer sus negocios.
Una rara avis de los bajos fondos
[LPDS/Wombo Art]
Y es que el propio Padura, de manera magistral, traslada al lector esa mezcla de fascinación, atracción hipnótica, admiración e incluso compasión por el gallo de San Isidro, si bien la conciencia del inspector Saborit es al mismo tiempo utilizada por el escritor como ese freno de mano del que tirar cuando nos dejamos encandilar por relucientes fachadas tras las que se pueden ocultar lúgubres cuartos. Esos mismos lúgubres cuartos en los que sus empleadas de menor caché producían para él. Al parecer, según se desprende de la lectura del libro y teniendo en cuenta el sórdido mundillo que rodea a la prostitución, Yarini solía dispensar un trato bastante correcto a sus trabajadoras, no al uso del que podían emplear sus rivales en el negocio. Incluso vivía rodeado de un harén de prostitutas, sus preferidas, que habitaban su propia casa, pero que no por ello quedaban exentas de su cita diaria con los clientes. Debía ser una especie de dudoso honor resultar seleccionada para compartir estancia con el dueño de la empresa, un perverso privilegio al que aspirar, al alcance de unas pocas elegidas. No sólo sus conciudadanos, de toda clase y condición, ansiaban el privilegio de cruzarse con Yarini, reverenciarlo y recibir su saludo, sino que él también se había encargado de establecer entre su plantilla de empleadas el privilegio de pertenecer a su círculo más íntimo. Lo cual, insistimos, no las eximía de continuar ejerciendo y produciendo.
Así, al tiempo que Padura nos dibuja a un proxeneta atípico, tierno y comprensivo con sus mujeres, nos advierte en no pocas ocasiones que no deja de utilizarlas como mercancía, condenadas al ostracismo durante y, sobre todo, después de su vida productiva. La fascinación por Yarini recuerda, salvando la distancia, a la profesada en los locos y felices años 20 del pasado siglo a los gangsters norteamericanos que traían de cabeza a las autoridades, llegando a ser incluso considerados por parte de la ciudadanía como verdaderos Robin Hood, gracias a sus cuantiosas donaciones a organizaciones benéficas, cuyo verdadero fin no era otro que ocultar sus actividades ilegales y lavar su imagen. En el caso del líder de los guayabitos en la habanera zona de Tolerancia, la política parecía antojarse como su trampolín perfecto para abandonar los bajos fondos, o quien sabe si para ampliar su poder e influencia sobre ellos y sus rivales en el negocio.
Un poco de glamour y Satisfaction para congelar las penas
Si las andanzas de Yarini y Saborit -con dos misteriosos asesinatos de por medio- copan el relato de la novela en la época entre el final del colonialismo español y los primeros albores de la Cuba independiente -con derecho de pernada yanki-, las de Mario Conde lo hacen un siglo después, ayudando en la investigación de otros dos extraños asesinatos que coinciden en el tiempo con el llamado deshielo de las congeladas relaciones entre Cuba y EEUU. Un deshielo que no convence a Conde, pese a que La Habana se prepara mediada la segunda década del siglo XXI para recibir al primer presidente negro de sus vecinos del norte, a unas majestades satánicas demonizadas durante décadas junto con otros ángeles caídos del rock, un desfile de moda de una de las firmas más emblemáticas del mundillo de la pasarela, y el rodaje de una película que forma parte de una saga de esas superproducciones de Hollywood. Rápidos y furiosos, sobre todo rápidos; así cree el realista -nunca pesimista- y bueno de Conde que pasarán estos acontecimientos, que se evaporarán y difuminarán en la atmósfera como el agua caída tras una fuerte tormenta.
Si la conciencia del inspector Saborit le impide percibir como normal lo que a todas luces debiera ser anormal -que un policía se honre de la amistad y protección de un prominente empresario de los bajos fondos-, la de Conde también parece estar bien clara a la hora de hacer balance y presentar cuentas -o ajustarlas- con uno de los principales ideales y objetivos de la Revolución después de 1959: la llegada del llamado Hombre Nuevo -«¿Y el Hombre Nuevo, dónde coño estaba el Hombre Nuevo?», se pregunta el detective-. Una conciencia que llama continuamente a su puerta y lo lacera al tener conocimiento del peor de los crímenes cometidos contra un sector específico de la población: la mutilación de la libertad creativa de intelectuales y artistas -poetas, escritores, pintores, músicos...-. Un gremio con el que el propio Conde se identifica, pues no en vano, además de su pasión por escribir en el poco tiempo libre que le deja la lucha por su subsistencia, de ésta también forma parte la compra-venta de libros antiguos a la que se dedica de forma esporádica.
Parece como si el autor, a parte de exponer el drama que para cualquier persona supone ver cercenadas su sensibilidad y capacidad creativa, quisiera rendir tributo a quienes, como por ejemplo en el caso de la pintura, llegaron no sólo a «perder la mano» para expresar su arte, sino que incluso acabaron renunciando a recuperar sus capacidades, luego de que su reputación fuese «asesinada», precisamente por quienes acabarían hasta vendiendo las obras de algunos de aquellos artistas, tras hacerse con ellas de la forma más mezquina, ruín y miserable, como el caso de uno de los asesinados que Conde investiga en la novela.
«El odio, la envidia, el rencor crecen aquí como la hierba mala...»
Personas decentes nos deja interesantes reflexiones, como la que pronuncia un personaje llamado José José Pérez Pérez durante uno de los intensos y dramáticos diálogos que forman parte de la obra:
(...) La cuestión es antropológica, histórica, y la tengo muy meditada. El problema está en que a la gente de este país le gusta más creer lo malo de las personas que exaltar sus virtudes. Siempre reaccionan como si se alegraran de las desgracias de los otros, como si los fracasos ajenos los reafirmaran y borraran los suyos... Acá, para sacar la cabeza, muchos se suben en los hombros de otros. Es que no somos una buena raza, por eso nos han pasado y nos pasan cosas muy jodidas, y creo que nos las merecemos. El odio, la envidia, el rencor crecen aquí como la hierba mala..., y ya se imaginarán qué frutos dan esas malezas cuando las abonas y luego las proyectas hacia la sociedad: frustración, un complejo de inferioridad que se esconde en unos aires de suficiencia, una atracción enfermiza por las apariencias, oportunismos y enmascaramientos... El peso de la incertidumbre de no estar convencidos nunca de qué cosa somos... (...) Mi última investigación fue sobre las disputas internas entre los libertadores cubanos durante la Guerra de los Diez Años. Y llegué a la conclusión de que si los cubanos no nos hubiéramos fajado entre nosotros, habríamos ganado esa guerra. Pero nos desgastamos en mierdas, en regionalismos, en protagonismos... Como siempre, nos jodimos más entre nosotros que peleando con el enemigo... (...)
Si usted es de origen español y acaba de leer el extracto anterior, quizás le resulte un tanto familiar; si no ha sido así, le pedimos disculpas por el atrevimiento de especular sobre sus propios pensamientos al respecto.
Retomando las reflexiones del propio José Pérez elevado a la segunda potencia, éste deja una sentencia lapidaria al afirmar que:
(...) Cuando el poder es cruel, las mezquindades humanas están de fiesta. Aquí la fiesta ha sido muy larga y muy movidita... (...)
Son varios los paralelismos que, con ese manejo brillante de la cronología, de los saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo a los que Padura nos tiene acostumbrados, se establecen en Personas decentes. Así, por ejemplo, al igual que el desenfreno se apoderó de La Habana en las postrimerías de 1909 ante la inminente llegada del fin del mundo tras el paso supuestamente arrollador y devastador del cometa Halley, también lo haría 106 años más tarde, pero por el motivo contrario, es decir, no por la llegada del apocalipsis, sino por el nacimiento de una nueva y ansiada etapa, de borrón y cuenta nueva que para muchos, también supuestamente, traía el deshielo.
(...) El cometa Halley se acercaba a nosotros, y la zozobra crecía. El fin del año 1909 también se aproximaba, y la locura crecía. Nada parecía importante, nada se tomaba en serio, nadie planificaba su vida a plazos largos. La ciudad enloquecía, se divertía, se pervertía. El delirio seguía en marcha ascendente. (...)
[LPDS/Wombo Art](...) Obama se había ido, los Rolling recién habían llegado, y la ciudad seguía sudando su fiebre de lujuria, gula, diversión, derroche, como si se vivieran los días finales de la existencia planetaria. O los primeros de otra era... histórica. (...)
¿Deshielo o huracán tropical?
Pese al jolgorio y el derroche que noche tras noche Conde observa en su otro trabajo como vigilante en un exitoso local de la incipiente movida nocturna habanera, parece no tenerlas todas consigo y, al igual que ya ha ocurrido en ocasiones anteriores, entiende que se está vendiendo la piel del oso antes de cazarlo, tal y como se puede observar en la siguiente conversación con la persona al frente -más bien quien da la cara- del establecimiento:
— Hay gente que se cree cosas...
— Sí..., se creen que se acabaron las clases, y no saben que esto es un receso. Y a veces hasta se olvidan de que los maestros y los conserjes están vigilando con la vara en la mano...
— Casi parece otro país -comentó Yoyi.
— Casi, pero no... La cosa puede desbocarse, así que ahora viene el frenazo y vuelta a la posición anterior. Todo el mundo para atrás, todo para atrás.
— No, Conde, hay cosas que ya no pueden dar marcha atrás.
— Ay, Yoyi..., me conmueve tu inocencia. Deja que pase esta ventolera y tú verás cómo vuelven a apretar las clavijas. Es como los huracanes tropicales: pasan, joden, y luego se van, se pierden...
— ¿Por qué eres tan pesimista, men?
— Realista es lo que soy... porque tengo sesenta y dos años y los he vivido toditos aquí, toditos.
En palabras del propio Leonardo Padura, en alusión al personaje de Mario Conde, «yo necesitaba que este policía fuera incorruptible porque él constantemente está juzgando una sociedad en la que ocurren corrupciones. Y por eso la palabra decencia aparece tanto en estas novelas, y en ésta dice: "Bueno, vamos a concretar ésto en una mirada histórica, a través del tiempo cubano, de lo que ha significado la decencia". Y que a través de él yo tenga una posición muy especial para mirar la realidad cubana, que es ver esa realidad desde una esquina de un barrio habanero. Conde mira la realidad a la altura de los ojos de un hombre, en un barrio habanero, que es su barrio, desde el cual mira el mundo. Ese barrio de Conde es mi barrio, y en esta novela ocurren cosas y además hay un tratado sobre la decencia».
Calle Reina en Centro Habana en la década de 1950. En ella desemboca Galiano, donde se encontraba el domicilio familiar de Yarini, el Gallo de San Isidro.
La Niza de América fue un sueño, una efímera realidad y quizás también una pesadilla para algunos. En palabras del propio escritor, «esta es una novela muy de La Habana y muy del destino histórico cubano. Un destino que nos ha hecho sentir muchas veces que queremos y tal vez podríamos llegar a algo, pero ese algo siempre se aleja, nunca llegamos a concretarlo».
[Fuentes: Leonardo Padura (2022). Personas decentes. España: Tusquets Editores Ángel Peña. "Leonardo Padura: «Controlar a los intelectuales es consustancial al sistema cubano»". The Objective, 13 Junio 2023, https://theobjective.com/cultura/2023-02-28/leonardo-padura-cuba/]
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