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«Matadlos a todos. El Señor reconocerá a los suyos»

Cátaros Beziers Amalric Montfort

«Cuando los hombres doctos comienzan a caer en el error, son empujados por el diablo a mostrar una estupidez aún mayor y más grave que los analfabetos...» [LPDS/Wombo Art]

En el año 1209 el Papa Inocencio III decretaba una feroz cruzada contra un movimiento que entre los siglos XII y XIII había arraigado en el sur de Francia, que constituía en sus ritos y doctrina una alternativa absolutamente contrapuesta a la Iglesia Católica, y que estaba poniendo en tela de juicio el poder e influencia de ésta tras comenzar a tener eco en otras partes de Europa. Nos referimos al catarismo, cuyos practicantes fueron objeto de un auténtico exterminio. Según crónicas de la época, como la escrita en latín por el monje cisterciense Cesáreo de Heisterbach en su obra Dialogus Miraculorum (Diálogo de los milagros), tuvieron lugar episodios como el acontecido a la llegada de los cruzados a la localidad de Béziers, donde el mando de las tropas, teniendo en cuenta que dicha ciudad era habitada por miles de personas, decidió consultar con el representante del Papa, Arnaud Amalric, sobre cómo saber quiénes eran los cátaros entre una población tan grande. La respuesta fue salvajemente aterradora.

La citada obra, en el capítulo que lleva por título De la herejía de los albigenses -nombre con el que la Iglesia Católica designó inicialmente a los cátaros-, se recoge que:

En tiempos del Papa Inocencio, predecesor del Papa actual, Honorio, (...) la envidia del diablo hizo brotar, o para hablar más estrictamente, madurar la herejía albigense. Tan grande era su fuerza, que todo el trigo de la fe de aquella nación parecía mudado en cizaña del error. Abades de nuestra Orden con ciertos obispos fueron enviados a desarraigar la cizaña con la rastra de la enseñanza católica; pero por la resistencia del enemigo que había sembrado esa cizaña, tuvieron poco éxito.

Y a continuación se entabla el siguiente diálogo entre el monje y un novicio:

Novicio. — ¿Cuál fue su error?

Monje. — Sus líderes habían recogido algunos puntos del dogma maniqueo, y algunos de los errores que se dice que Orígenes escribió (...), y muchos que ellos mismos habían fabricado de sus propias cabezas. Ellos siguen a Maniqueo al creer que hay dos fuentes de vida, un Dios bueno y un Dios malvado, es decir, el diablo; y dicen que el Dios malvado creó todos los cuerpos, y el Dios bueno todas las almas.

Novicio. — Moisés asegura que Dios creó tanto el alma como el cuerpo, cuando dice: Dios creó al hombre, es decir, al cuerpo, del polvo de la tierra, y sopló en sus fosas nasales el aliento de la vida (Gén. ii. 7), es decir, el alma.

Monje. — Si aceptasen a Moisés y a los profetas, no habría herejes. Niegan la resurrección del cuerpo; se burlan de cualquier beneficio que los muertos reciban de los vivos; dicen que de nada sirve ir a la iglesia, ni rezar allí; y en estas cosas son peores que los judíos o los paganos (...). Han repudiado el bautismo y blasfemado sobre el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Novicio. — ¿Por qué soportan persecuciones tan severas por parte de los fieles, si no esperan recompensa en el futuro?

Monje. — Dicen que esperan con ganas la gloria del espíritu. Uno de los abades antes citado, que era monje, al ver a cierto caballero sentado sobre un caballo y hablando con su labrador, y creyendo que era un hereje, como en verdad lo era, se le acercó y le preguntó: «¿Me dirá, buen señor, de quién es este campo?», y cuando el otro le contestó que era suyo, prosiguió: «¿Y qué hace con sus frutos? «Tanto mi familia», dijo, «como yo vivimos de ellos, y doy una parte de ellos a los pobres». Cuando el monje prosiguió: «¿Qué provecho espera obtener de tales limosnas?», el caballero respondió: «Para que mi espíritu esté en la gloria después de la muerte». El monje preguntó: «¿Adónde irá su espíritu?», y el caballero dijo: «Conforme a su mérito. Si ha vivido una buena vida, y ganado esta recompensa de Dios, cuando deje mi cuerpo, entrará en el de algún futuro príncipe o rey, o de algún otro personaje ilustre, en el cual hallará la felicidad; o si ha vivido enferma, entrará en el cuerpo de alguien a la vez pobre y desdichado, en el que encontrará sufrimiento». Creyó el tonto, como los demás albigenses, que, de acuerdo con su mérito, el alma pasará por diferentes cuerpos, incluso los de animales y reptiles.

Novicio.— ¡Qué vil herejía!

De las palabras de Cesáreo de Heisterbach se puede intuir que los cátaros apostaban por el origen divino del alma, la cual debía convivir y purificarse en el cuerpo material, de origen corrupto. De ahí que encaminasen sus esfuerzos en vida a cultivar su espíritu, al que daban verdadera relevancia, muy por encima de las necesidades materiales del ser humano. De ahí, quizás, su renuencia a asistir a la misa y demás ceremonias de la religión católica, al considerar contradictorio lo que se predicaba, como la pobreza, mientras en las partes altas de la jerarquía eclesiástica se abrazaba lo contrario, la acumulación de poder y riqueza, así como la lucha por mantener su estatus de casta privilegiada, para lo cual se hacía imprescindible mantener al pueblo en la más absoluta ignorancia, negándole el conocimiento, incluso siendo duramente castigado el acceso al mismo, convirtiéndolo en una masa fácilmente manipulable.

"La cuestión no es si Cristo era pobre... sino si la iglesia debe ser pobre..." (Escena de la película El nombre de la rosa, 1986).

Además, de los escritos del monje también se desprende que los practicantes del catarismo creían no sólo en un especie de ley del karma durante su existencia, sino que ésta -su comportamiento y modo de vida- sería determinante en la reencarnación del alma tras la muerte, lo cual chocaba frontalmente con la resurrección defendida por la doctrina católica.

«Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius»

Y es en el siguiente fragmento de la conversación donde se hace mención a la toma de Béziers y los hechos aludidos al inicio de este artículo:

Monje.— Tanto se extendieron los errores de los albigenses que en poco tiempo habían infectado a más de mil pueblos, y si no hubiera sido cortado por las espadas de los fieles, creo que habrían corrompido a toda Europa. En el año de Nuestro Señor de 1210, se predicó una cruzada contra los albigenses por toda Alemania y Francia, y al año siguiente se levantaron contra ellos desde Alemania, Leopoldo, duque de Austria, Engilberto, luego preboste y arzobispo de Colonia, y su hermano Adolfo, Conde de Altenberg, Guillermo, Conde de Julich, y muchos otros de todos los rangos y dignidades. Lo mismo sucedió en Francia, Normandía y Poitou; y el predicador y líder de todos ellos fue Arnoldo, abad de Citeaux, luego arzobispo de Narbona¹.

Cátaros Beziers Amalric Montfort
[LPDS/Wombo Art]

Cuando llegaron a la gran ciudad de Béziers; que se dice que albergaba más de cien mil hombres, la sitiaron; y a la vista de ellos todos los herejes profanaron de manera indecible el libro del sagrado evangelio, y luego de arrojarlo desde el muro hacia los cristianos, y lanzando flechas tras él, gritaron: «¡Ahí está vuestra ley, miserables desgraciados!» Pero Cristo, el autor del evangelio, no permitió que se le lanzara tal insulto sin haber sido vengado. Pues algunos de sus seguidores, ardiendo en celo por la fe, pusieron escaleras contra la pared, y como leones, siguiendo el ejemplo de aquellos de quienes leemos en el libro de los Macabeos (2 Macc. xi. 11), sin miedo treparon las murallas, y mientras los herejes estaban aterrorizados desde lo alto y huían, abrieron las puertas a los demás, y así tomaron posesión de la ciudad.

Cuando descubrieron, por las confesiones de algunos de ellos, que había católicos mezclados con los herejes, dijeron al abad: «Señor, ¿qué haremos, porque no podemos distinguir entre los fieles y los herejes?». El abad, como los demás, temía que muchos, por miedo a la muerte, se hicieran pasar por católicos y, después de su partida, volvieran a su herejía, y se dice que respondió: «Matadlos a todos. El Señor conoce a los que son suyos (2 Tim. 2:19)» y así innumerables fueron asesinados en esa ciudad.

(...)

Novicio.— Si hubiera habido hombres eruditos entre estos herejes, tal vez no se habrían extraviado tanto.

Monje.— Cuando los hombres doctos comienzan a caer en el error, son empujados por el diablo a mostrar una estupidez aún mayor y más grave que los analfabetos.

Épica y parcialidad

Se debe tener presente que estas crónicas fueron escritas desde la parcialidad, con base en el fervor religioso de una de las partes en conflicto y empleando un acentuado tono épico, el cual para ser reforzado se vale en ocasiones de la exageración, como por ejemplo el dato que se ofrece respecto a la población de Béziers y «sus más de 100.000 hombres», cuando fuentes históricas más fiables en este sentido hablan de entre 20 y 30 mil habitantes.

Mientras hay quien da por buena la atribución a Amalric de dicha frase,  en latín «Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius», también hay quien muestra su escepticismo ante la misma. De hecho, si tomamos la fuente original en latín, se puede leer la expresión «fertur dixisse», es decir, «se dice que dijo». Además, respecto a la segunda parte de la expresión, «Novit enim Dominus qui sunt eius (El Señor conoce a los que son suyos)», ésta se recoge en la Segunda Carta a Timoteo, capítulo 2, versículo 19. Y así aparece citado en la obra del monje cisterciense. Por tanto, el propio Amalric supuestamente se habría hecho eco a su vez de dicho fragmento epistolar para completar la aterradora sentencia. Al margen de la controversia en torno a ella, el caso es que mientras unos perdieron la vida por salirse de la línea oficial, otros se quedaron con sus posesiones, sin olvidar a quienes no sólo mantuvieron sino que reforzaron su poder e influencia.

(1) Arnaldus, Arnoldo, Arnaud Amalric, Amalarico, Amalrico, Amaury o Almeric fue nombrado legado del Papa Inocencio III en 1204 y posteriormente arzobispo de Narbona (1212-1225).

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