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Como peces en el agua

La increíble historia de Francisco de la Vega Casar, El hombre pez de Liérganes, y la trágica leyenda de Pesce Cola (El Pez Nicolao).

El hombre pez de Liérganes - La Píldora del Saber

'I wish you could swim... Like the dolphins, like dolphins can swim...' [LPDS/Wombo Art]

A buen seguro que cualquiera de ustedes, distinguidos y amables lectores, han leído o escuchado alguna vez historias sobre hombres-lobo, hombres-perro, el hombre-bala, el hombre más fuerte del mundo, el hombre-elefante... Pero, ¿qué me dicen del hombre-pez o, mejor dicho, de hombres-pez? Sí, en plural, porque son varios los casos documentados sobre seres humanos que, nunca mejor dicho, se sentían como pez en el agua cada vez que entraban en contacto con un río, un mar o un océano. En esta ocasión les traemos dos, el de un español y un siciliano, cuyas enigmáticas y a la vez apasionantes experiencias fueron recogidas por el monje benedictino español, Catedrático de Teología, Fray Benito Jerónimo Feijoo, en su obra ensayística Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes, publicada en nueve volúmenes entre 1726 y 1740. Para este artículo, hemos optado por transcribir casi que literalmente varios fragmentos del Discurso Octavo del Tomo VI, que han sido adaptados ortográficamente al idioma castellano actual, manteniéndose prácticamente como los originales desde el punto de vista sintáctico. La primera de las historias tiene su origen en España. Concretamente en Cantabria, y más específicamente en Liérganes, lugar de nacimiento de Francisco de la Vega Casar, quien pasaría a ser conocido como El hombre pez de Liérganes. Lo publicado en la citada obra del monje orensano no es sino, como él mismo indica, el texto de una correspondencia «copiada al pie de la letra» remitida por el Marqués de Valbuena, residente en la entonces Villa de Santander, a diligencia de José de la Torre, ministro de su Majestad en la Real Audiencia de Asturias, donde se recogía una detallada descripción del caso que nos ocupa. En palabras del propio religioso, «una cabalísima descripción del suceso».

Desaparecido en Bilbao, pescado en Cádiz

Así, y de acuerdo con aquella carta, «en el Lugar de Liérganes, de la Junta de Cudeyo, Arzobispado de Burgos, distante dos leguas de la Villa de Santander hacia el Sudeste, vivían Francisco de la Vega, y María del Casar su mujer, vecinos de dicho Lugar, los cuales tuvieron en su matrimonio cuatro hijos, llamados Don Tomás (que fue Sacerdote), Francisco, José, y Juan, que vive todavía, de edad de setenta y cuatro años». A continuación, se da cuenta del primer suceso enigmático con Francisco como protagonista: «Viuda dicha María del Casar, envió al referido hijo Francisco a la Villa de Bilbao a aprender el oficio de Carpintero, de edad de quince años, en cuyo ejercicio estuvo dos años, hasta que el de 1674, habiendo ido a bañarse la Víspera de San Juan con otros mozos a la Ría de dicha Villa, observaron éstos se fue nadando por ella abajo, dejando la ropa con la de los compañeros, y creyendo volvería, le estuvieron esperando, hasta que la tardanza les hizo creer se había ahogado, y así lo participaron al Maestro, y éste a su Madre María del Casar, que lloró por muerto a dicho su hijo Francisco».

Pero el enigma continuaría, pues nada más y nada menos que cinco años después de su desaparición... el hombre pez de Liérganes supuestamente no sólo fue pescado en aguas de Cádiz, sino que incluso fue sometido a exorcismos, con la Suprema Inquisición de por medio, pues es como si al extraño ser rescatado del océano se le hubiese olvidado la capacidad de hablar...

«El año de 1679 se apareció a los Pescadores del mar de Cádiz, nadando sobre las aguas, y sumergiéndose en ellas a su voluntad, una figura de persona racional y que queriendo arrimársele, se les desapareció el primer día; pero dejándose ver de dichos Pescadores el siguiente, y experimentando la misma figura, y fuga, volvieron a tierra contando la novedad, que habiéndose divulgado, se aumentaron los deseos de saber lo que fuese, y fatigaron los discursos en hallar medios para lograrlo; y habiéndose valido de redes que circundasen a lo largo la figura, que se les presentaba, y de arrojarle pedazos de pan en el agua, observaron, que los tomaba, y comía, y que en seguimiento de ellos se fue acercando a uno de los barcos, que con el estrecho del cerco de las redes le pudo tomar, y traer a tierra; en donde habiendo contemplado éste, que se consideraba monstruo, le hallaron hombre racional en su formación, y partes; pero hablándole en diversas lenguas, en ninguna, y a nada respondía, no obstante haberle conjurado, por si le poseía algún espíritu maligno, en el Convento de San Francisco donde paró; pero nada bastó por entonces, y de allí a algunos días pronunció la palabra 'Liérganes'; la que ignorada de los más, explicó un mozo de dicho Lugar, que se hallaba trabajando en la referida Ciudad de Cádiz, diciendo era su Lugar, que estaba situado en la parte arriba mencionada; y Don Domingo de la Cantolla, Secretario de la Suprema Inquisición, era del mismo lugar; con cuya noticia un sujeto, que le conocía, le escribió el caso; y Don Domingo le comunicó a sus parientes de Liérganes, por si acaso había sucedido allí alguna novedad, que se diese la mano con la de Cádiz. Respondiéronle, que nada había más, que haberse desaparecido en la Ría de Bilbao el hijo de María del Casar, viuda de Francisco de la Vega, que se llamaba también Francisco, como su padre; pero que había años le tenían ya por muerto. Todo lo cual participó Don Domingo a su correspondiente de Cádiz, que lo hizo notorio en el referido Convento de San Francisco, donde se mantenía».

«Este es mi hijo Francisco, que perdí en Bilbao»

El suceso iba a dar una nueva vuelta de tuerca de la mano de Fray Juan Rosende, tras la visita de éste al convento donde se hallaba aquel hombre que tras días y días en el más absoluto silencio había al fin pronunciado la palabra «Liérganes»...

«Estaba a la sazón en el expresado Convento de San Francisco un Religioso de dicha Orden, llamado Fray Juan Rosende, que había venido por aquel tiempo de Jerusalén, y andaba pidiendo por España limosna para aquellos Santos Lugares; y enterado de la parte donde caía Liérganes, y familiarizándose al mozo, que había aparecido en el mar, y discurriendo si acaso fuese de dicho Liérganes, según la relación de Cantolla, resolvió llevarle consigo en su postulación: que habiéndola rematado hacia la Costa de Santander, fue al expresado Lugar de Liérganes el año de 1680; y llegando al monte, que llaman la Dehesa, un cuarto de legua de dicho Pueblo, le dijo al mozo, que fuese delante guiando, quien lo ejecutó puntualmente, y fue derecho a la casa de dicha María del Casar; la que inmediatamente que le vio, le conoció, y abrazó, diciendo: 'Este es mi hijo Francisco, que perdí en Bilbao', y los hermanos Sacerdote, y seglar, que estaban allí, ejecutaron lo mismo con grande regocijo; pero el expresado Francisco ninguna novedad, ni demostración hizo más que si fuera un tronco».

El Hombre Pez de Liérganes
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Sin embargo, a pesar del reencuentro con su familia, si aquel hombre hallado en aguas de Cádiz era realmente Francisco de la Vega Casar, a partir de entonces su vida de nuevo en el medio terrestre y entre humanos iba a transcurrir de forma un tanto anómala para él, como si estuviese, quizás, fuera de su medio natural y marino...

«Fr. Juan Rosende dejó este mozo en casa de su madre, en la que estuvo nueve años con el entendimiento turbado, de manera, que nada le inmutaba, ni tampoco hablaba más, que algunas veces las voces de 'tabaco', 'pan', 'vino', pero sin propósito. Si le preguntaban si lo quería, nada respondía; pero si se lo daban, lo tomaba, y comía con exceso por algunos días, mas después se le pasaban otros sin tomar alimento. Si alguno le mandaba llevar algún papel de un lugar a otro, de los que sabía antes de irse, lo hacía con gran puntualidad, dándole al sujeto a quien le encargaban, y conocía; y traía la respuesta, si se la daban, con cuidado; de manera, que parece entendía lo que se le decía; pero él por sí nada discurría. En una ocasión, entre otras, que su sujeto de Liérganes le envió a Santander con papel para otro, siendo preciso pasar la Ría, que tiene más de una legua de ancho, y para eso embarcarse en el sitio de Pedreña, no hallando allí barco, se echó al agua, y salió en el muelle de Santander, donde le vieron muchos mojado, y el papel que traía en la faldriquera, el que entregó puntualmente al sujeto a quien venía dirigido; el cual preguntándole, que cómo le había mojado, nada respondió, y volvió la respuesta a Liérganes con su regular puntualidad».

Sobre su aspecto físico y respecto a especulaciones sobre si su cuerpo estaba o no dotado de una especie de escamas, en la obra del monje gallego podemos leer:

«Era de estatura de seis pies, poco más, o menos; corpulencia correspondiente, y bien formado; el pelo rojo, corto; como si le empezara a nacer; el color blanco; las uñas tenía gastadas, como si estuvieran comidas de salitre. Andaba siempre descalzo. Si le daban vestido le ponía; si no, el mismo cuidado tenía de andar desnudo, que descalzo. Si le daban de comer, tomaba, y comía todo lo que fuese; si no, tampoco lo pedía: de suerte, que parecía una cosa inanimada para discurrir, y animada para obedecer, y mudo para hablar, menos las palabras arriba expresadas, que pronunciaba tal vez, pero sin propósito, ni concierto; lo que puedo asegurar, por haberle conocido. Cuando era muchacho tenía gran inclinación a pescar, y estar en el Río, que pasa por dicho Lugar de Liérganes, y era gran nadador. En dicha edad tenía las potencias regulares. Todo lo que viene referido es la verdad del hecho, según relación de sus hermanos, el Sacerdote Don Tomás, y Juan, que vive; y todo lo que separe de este hecho es falso, como lo es el decir que tenía escamas en el cuerpo, y que este prodigio procedió de una maldición que le echó su madre. En esta disposición se mantuvo en casa de su madre, y en este País el expresado mozo Francisco de la Vega por espacio de nueve años, poco más, o menos, y después se desapareció, sin que se haya sabido más de él; aunque dicen, que poco después le vio en un Puerto de Asturias un hombre de la vecindad de Liérganes; pero carece de fundamento».

Escamas sobre el espinazo y entre la nuez y el estómago

Como buen periodista de su época, Fray Benito Jerónimo no escatimó esfuerzos en acudir a varias fuentes con el fin de contrastar esta peculiar historia que, si bien a día de hoy sigue siendo absolutamente fascinante, en aquella época y en aquel contexto social, religioso y cultural hubo de ser visto como un suceso no sólo sobrenatural o paranormal, sino obra del maligno. Así, sobre sus fuentes de información, el monje nacido en Pereiro de Aguiar y fallecido en Oviedo escribe lo siguiente. Y, ojo, porque nos hace una curiosa revelación sobre la posible presencia de escamas en el nadante a las que previamente hacíamos alusión. Y es que, si bien el Marqués de Valbuena negaba en su escrito la existencia de aquellas, también había quien expresaba lo contrario:

«Hasta aquí la relación remitida por el señor Marqués de Valbuena, la cual poco después fue confirmada en un todo por Don Gaspar Melchor de la Riba Agüero, Caballero del Hábito de Santiago, vecino del Lugar de Gajano, distante de Liérganes cosa de media legua, en respuesta a su yerno Don Diego Antonio de la Gándara Velarde, residente en esta Ciudad, que también me hizo el favor de solicitar el informe de aquel Caballero, el cual en su carta firma haber tenido algunas veces en su casa, y dado de comer al sujeto de esta historia. Así me la confirmó toda otro Caballero llamado Don Pedro Dionisio de Rubalcaba, natural del Lugar de Solares, próximo a Liérganes, que también trató muy de intento a nuestro Nadante; y a éste, en orden a la circunstancia de las escamas, debí la individuación, de que cuando llegó a Liérganes, tenía algunas sobre el espinazo, y como una cinta de ellas desde la nuez al estómago; pero a poco tiempo se le cayeron. Don Gaspar de la Riba dice en su Relación, que en algunas partes del cuerpo tenía el cutis áspero al modo de lija. Con estas dos últimas advertencia se concilia el aparente encuentro de las noticias en orden a las escamas. Los que le vieron en su arribo a Santander, pudieron afirmar con verdad, que las tenía, porque de hecho las tenía entonces; y los que le vieron después, afirmaron también con verdad, que no las tenía, porque ya se le habían caído. También algunos equivocarían el cutis áspero de algunas partes de su cuerpo con piel escamosa».

Ni maldiciones ni milagros para sobrevivir en la «República de los Peces»

El Hombre Pez de Liérganes
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Por último, Fray Benito Jerónimo nos deja una interesante reflexión, asegurando que a su juicio, en lugar de una maldición o un hecho milagroso, el caso del nadante se encuadra dentro de lo natural, si bien no por ello deja de ser anómalo, extraordinario, asombroso:

«Verdaderamente es cosa lastimosa, que nuestro Nadante hombre perdiese el uso de la razón, no solo mirándolo como fatalidad suya, más también como pérdida nuestra, y de todos los curiosos; pues si este hombre hubiese conservado el juicio, y con él la memoria, ¡cuántas noticias, en parte útiles, y en parte especiosas, nos daría, como fruto de sus marítimas peregrinaciones! ¡Cuántas cosas, ignoradas hasta ahora de todos los Naturalistas, pertenecientes a la errante República de los Peces, podríamos saber por él! Él solo podía haber exactamente averiguado su forma de criar, su modo de vivir, sus pastos, sus transmigraciones, y las guerras, o alianzas de especies distintas. ¡Qué bien explorados tendría los lechos de varios Mares, Océano nuevo dentro del mismo Océano, y fondo sin suelo, respecto de innumerables especulaciones filosóficas, ya por las plantas, que en él nacen, ya por las materias que en él se juntan, ya por las inmutaciones que en él reciben, ya por las fuentes, y ríos, que en él brotan, ya por las cavernas que reciben las mismas aguas marítimas, para transportarlas a lugares distintísimos, ya por otras mil cosas! Pero lo que más de cerca pica la curiosidad filosófica, y lo que solo por el mismo hombre podía saberse, son algunas circunstancias del mismo hecho: cómo se acomodó este hombre tan repentinamente a un género de vida en todo tan diverso del que en tierra había tenido: cómo se alimentaba en el Mar: si dormía algunos intervalos: hasta cuánto tiempo sufría la falta de respiración: cómo se evadía de la voracidad de algunas bestias marinas, &c.

Si tuviésemos alguna seña positiva de que el caso había sido milagroso, por un camino, aunque no muy real, muy trillado, evadiríamos todas estas dificultades. Recurrir en los embarazos de la Filosofía al extraordinario poder de la Deidad, es hacer lo que Alejandro, cortar con el acero el nudo, que no puede desatar el discurso. La voz, que corrió por España, de que la infelicidad del pobre Francisco provino de una maldición de su madre, justificaría dicho recurso si fuese verdadera; pero aquella voz fue hija de la ignorancia de los límites hasta donde puede extenderse la naturaleza, y del común prurito de tocar a milagro en todo extraordinario acontecimiento. Todas las relaciones fidedignas, que con mi diligencia, y la de mis Amigos he adquirido, están conformes en que no hubo tal maldición, ni otra circunstancia alguna por donde pueda colegirse que salió de los términos de natural el suceso».

Pesce Cola, el cartero de los mares

Pesce Cola
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Si curiosa y apasionante es la historia de Francisco de la Vega Casar, la que a continuación pasamos a describir no les dejará indiferentes. Igualmente recogidas en la citada obra del monje español, se trata de las peripecias de un joven siciliano «llamado vulgarmente de los suyos Pesce Cola, (esto es, el Pez Nicolao)», cuya trayectoria vital se sitúa supuestamente en el siglo XIII y de quien Fray Benito Jerónimo comienza señalando lo siguiente:

«Este Nicolao, nacido de padres humildes en la Ciudad de Catania, por inclinación se dio mucho desde niño al ejercicio de nadar. El ejercicio le mostró, y al mismo tiempo aumentó la nativa habilidad que tenía para él; y la habilidad, e inclinación, acompañadas de la pobreza, fácilmente le indujeron a buscar en las aguas arbitrio para vivir. Hallole en la pesca de Ostras, y de Coral. Continuando en esta especie de granjería, se habituó tanto al agua, que ya vivía algo violento en la tierra. Domesticado con aquel feroz Elemento, igualmente se recreaba en sus serenidades, que despreciaba sus furores. Con la misma libertad navegaba el mar inquieto, que tranquilo. Apenas pez alguno con más osadía penetraba sus profundos senos, o con más celeridad corría sus espaciosas campañas. Deidad del piélago le creería la gentílica superstición. Lo que al principio fue solo deleite, llegó a ser necesidad. El día que no entraba en el agua, sentía tal angustia, tal fatiga en el pecho, que no podía sosegar».

Era tal su desenvolvimiento en el medio marítimo que...

«Servía frecuentemente de Correo marítimo de unos Puertos a otros, o del Continente a las Islas, haciéndose necesario, cuando el mar estaba proceloso, que no se atrevían con él los Marineros. Su continuación en cruzar todos aquellos mares le hizo conocido de cuantos por profesión ejercitaban la Náutica sobre las costas de Sicilia, y de Nápoles. No se contentaba con las orillas; comúnmente se engolfaba en mucha altura, donde tal vez pasaba días enteros. Cuando veía transitar algún Bajel, aunque fuese a larga distancia, con velocísimo curso se arrojaba en su seguimiento, hasta abordarle: entraba en él, comía, y bebía lo que le daban; ofrecíase humana, y cortesanamente a llevar noticias de los navegantes a cualesquiera Puertos, y lo ejecutaba con puntualidad. De allí partía a diferentes orillas a noticiar en una a los padres, en otra a la mujer, e hijos, en otra a los amigos, en otra a los dependientes de éste, de aquel, y del otro navegante, todo lo que estos le encargaban. Conducía asimismo cualesquiera cartas, para lo cual andaba prevenido con una bolsa de cuero bien guarnecida, y ajustada, para que no se le mojasen».

Desafío fatal para el «racional anfibio»

Pero un buen día -quizás no tan bueno-, el rey Federico de Nápoles y quién sabe si también la codicia y el exceso de confianza se cruzaron en el camino de Nicolao y entonces...

«Así vivía este racional Anfibio, hasta que su desdicha le hizo víctima de Neptuno, a quien adoraba. El Rey Federico de Nápoles, o por hacer una prueba relevante de la extraña habilidad de Nicolao, o por una curiosidad filosófica de saber la disposición del suelo del mar, en el sitio donde está aquel violentísimo remolino de las aguas, a quien la Antigüedad llamó Caribdis, situado cerca del Cabo de Faro, le mandó bajar a aquella cavernosa profundidad. Dificultando Nicolao la ejecución, como quien conocía el monstruoso tamaño del riesgo, arrojó el Rey en el sitio una copa de oro, diciéndole, que era suya, como la sacase de aquel abismo. La codicia excitó la audacia. Arrojose a la horrorosa profundidad, de donde después de pasados cerca de tres cuartos de hora (que todo ese tiempo fue menester para buscar la copa en el marítimo laberinto) salió arriba con ella en la mano. Informó al Rey de la disposición de aquellas cavernas, y de varios monstruos acuátiles, que se anidaban en ellas; en que acaso excedería algo de la verdad, estando cierto de que ningún testigo de vista le había de convencer de la mentira».

Habría una segunda prueba, incrementándose el grado de dificultad. Otra exploración de las profundidades, aunque esta vez sin retorno a la superficie...

«O fuese que el rey desease relación más individual de todas las particularidades, o que Federico fuese uno de los muchos Príncipes, que fastidiados ya de los placeres comunes, solo encuentran lisonja sensible al gusto, cuando la habilidad del que los divierte viene sazonada con su peligro, procuró empeñar a Nicolao a nuevo examen, y hallándole mucho más resistente, que a la primera vez, porque había palpado la enormidad del riesgo, aún mucho mayor del que antes había concedido, no solo arrojó al agua otra copa de oro; mas también le mostró una bolsa llena de monedas del mismo metal, asegurándole, que si recobraba la segunda copa, sería dueño de ella, y del bolsillo. La desordenada ansia del oro, que para tantos mortales ha sido fatal, lo fue también para el pobre Nicolao. Resuelto se tiró a la segunda presa; pero fue para no volver jamás, ni muerto, ni vivo, muerte y sepultura encontró en una de aquellas intrincadas cavernas, quedando dudoso si se metió incautamente en alguna estrechez donde no pudo manejarse; o si habiendo penetrado a algún enredoso seno, no acertó con la salida; o si en fin fue apresado por alguna de las bestias marinas, que él mismo había dicho habitaban aquellas grutas».

La respiración y el sueño

El Hombre Pez de Liérganes
[LPDS/Wombo Art]

Es importante volver a incidir en que Fray Benito Jerónimo, pese a su religiosidad, en todo momento huye de lo sobrenatural a la hora de buscar una explicación a los dones o capacidades extraordinariamente súper desarrolladas de estos dos seres humanos a la hora de desenvolverse en el medio acuático. A este respecto, señala que «en uno, y otro se ve una violentísima pasión por la vida acuátil, una fuerza, y habilidad extraordinaria para el ejercicio del nado; y en fin, la natural maravilla de pasar muchas horas sin el uso de la respiración (...) El nadador Siciliano ordinariamente pasaba las noches en tierra, donde reposaba como los demás hombres. El Español continuadamente por espacio de cuatro, o cinco años, habitó las olas, donde no parece podía gozar el beneficio del sueño».

Buscar una explicación a cómo descansar y dormir bajo el agua quitaba precisamente el sueño al monje benedictino, quien reflexiona en su obra como sigue:

«Supuesta la verdad de estas Historias, no tiene dificultad alguna que nuestro Francisco de la Vega estuviese sin dormir los cuatro, o cinco años, que habitó el mar. La intemperie, que padeció su cerebro, fue, sin duda, grande, pues le desordenó tan extraordinariamente el juicio. ¿Qué hay que admirar, pues, que velase continuados cuatro o cinco años? Esto es salvar el hecho por la parte que parece más difícil; pues si se quiere decir, que en ese mismo tiempo tomaba algunas horas de sueño en no muy distantes intervalos, no hay en ello tropiezo alguno. ¿Quién le quitaba retirarse algunas noches a esta, o aquella orilla despoblada de tantas como baña el mar, y reposar en ella las horas que necesitase? Acaso podría dormir también en el mismo lecho del mar. (...) Esta respiración, que los peces sumergidos logran, es claro, que no la podía gozar nuestro Nadante, por carecer de los instrumentos, que para ella tienen los peces. (...) Pero a la verdad no veo yo, que conexión tenga la respiración con el sueño, ni por qué un hombre, que puede estar en el fondo del mar dos horas sin respirar, no pueda también sin respirar dormir allí otro tanto tiempo».

Hombres, mujeres... y niños-pez

El Hombre Pez de Liérganes
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Pero el fraile gallego va más allá en sus disquisiciones e incluso se atreve a lanzar hipótesis respecto a la también existencia de mujeres-pez, dejando a un lado posibles prejuicios si tenemos en cuenta el contexto en el que discurrió su existencia vital. Se pregunta sobre la posibilidad de parejas de distinto sexo, su descendencia y hasta cómo sería el parto:

«(...) Lo que hizo el hombre de Liérganes, pudieron hacer en los siglos anteriores otros algunos, no solo hombres, mas mujeres, pues no repugna en algunos individuos de este sexo toda la fuerza, habilidad, inclinación, y ejercicio en el nado que tenía nuestro hombre. Y como un hombre, y una mujer de común acuerdo pudieron juntarse (lo que por innumerables accidentes podía suceder), de éstos por varias sucesiones podrían originarse todos los hombres, y mujeres marinas, que se han visto en distintas partes del Océano. Dificultárase acaso, cómo se podría ejercer dentro de las aguas la obra de la generación, la del parto, y también la educación de los infantes. Mas en nada de esto encuentro dificultad, que no sea muy vencible; pues sobre que a todos esos oficios podían servir varias Isletas desiertas, y las rocas mismas, que son estorbo a los navegantes, y aun muchas orillas despobladas de uno, y otro Continente; no se ofrece imposibilidad alguna, en que las dos primeras operaciones se ejerciesen dentro de las aguas, y por lo que mira a la tercera, podrían alternar padre, y madre el cuidado de sostener al infante sobre la superficie del agua el tiempo necesario para respirar, hasta tanto que se habilitase para nadar como ellos. (...) ¿Qué imposibilidad, ni aun qué inverosimilitud hay en que el amor loco de un hombre, y una mujer, a quienes era imposible lograr en la tierra el apetecido consorcio, los impeliese a procurarse perpetua compañía en la libre República de los peces?»

Insistimos en que, aunque mitos y leyendas suelen acabar envolviendo este tipo de historias, al menos en el caso de El hombre pez de Liérganes estamos hablando de un suceso documentado por varias fuentes y recogido por alguien formado académicamente y que, pese a su vocación religiosa, apela en todo momento a la razón a la hora de analizarlo y sobre todo de explicarlo.

[Fuentes:
Benito Jerónimo Feijoo (1781). Teatro crítico universal (Tomo VI - Discurso Octavo), Madrid: Blas Román
Benito Jerónimo Feijoo. "Examen filosófico de un peregrino suceso de estos tiempos". Filosofía en español, 17 Enero 2023, https://www.filosofia.org/bjf/bjft608.htm]

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