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Un alto precio por identificar a Hitler

Käthe Heusermann y Elena Rzhevskaya

Käthe Heusermann (izda.) y Elena Rzhevskaya. [Fotogramas tomados del documental La muerte de Hitler: Historia de un secreto de Estado.]

Käthe Heusermann y Elena Rzhevskaya fueron dos mujeres cuyos destinos se cruzaron en Berlín al término de la II Guerra Mundial. La primera era la asistente en la clínica del doctor Hugo Blaschke, dentista personal de Adolf Hitler. La segunda, intérprete del Ejército ruso a la cual se le confió la custodia, «como si fuera su propia vida», de una pequeña caja con el fin de tratar de verificar la identidad de su contenido: los supuestos restos de la dentadura del Führer, hallados en los jardines de la Cancillería del Reich, donde los soldados rusos descubrieron enterrados los cuerpos totalmente carbonizados y que supuestamente se correspondían con los del dictador y su pareja, Eva Braun. Precisamente por el estado en que se hallaban, y teniendo en cuenta los medios de la ciencia forense mediada la década de 1940, las piezas dentales -entre ellas algunas de oro- se antojaban como la única posibilidad de confirmar o descartar sus identidades.

Una vez sabido que el cirujano dentista había abandonado la ciudad alemana, la última esperanza para Rzhevskaya era Heusermann, a quien rápidamente localizaron, interrogaron y pidieron que realizase un boceto de la dentadura de Hitler antes de mostrarle los supuestos restos de la misma. Tanto el dibujo como las posteriores declaraciones de la asistente del doctor Blaschke, una vez le fueron mostradas las piezas dentales, parecían confirmar que eran las de Adolf Hitler. Ambas mujeres ya nunca se volvieron a ver y Rzhevskaya nunca imaginó lo que iba a suceder con Heusermann. La joven alemana, tras ser de nuevo interrogada durante horas por agentes rusos, e insistiendo en que los restos de la dentadura pertenecían al Führer, acabaría siendo detenida y enviada a una cárcel en Moscú, donde pasaría varios años, antes de ser trasladada a un gulag -campo de trabajos forzados- en Siberia. Contra ella pesaban burdas acusaciones -ser colaboradora en el mantenimiento de un régimen burgués-, maquinadas para justificar su presidio y así evitar que pudiese desvelar el gran secreto que atesoraba el dictador ruso Stalin. Para Käthe Heusermann, esta pesadilla duraría una década hasta su definitiva liberación.

¿Y cuál era ese gran secreto que celosamente guardaba el régimen soviético? Pues precisamente la confirmación de la muerte de Hitler, algo que el propio Stalin habría ocultado al presidente de los EEUU, Harry S. Truman, y al primer ministro británico, Winston Churchill, durante la Conferencia de Potsdam (1945), donde precisamente les habría dicho lo contrario: que Hitler había huido y estaba vivo. De ahí la importancia para el Kremlin de asegurarse el silencio de Käthe Heusermann, la única capaz de desvelar esa información privilegiada en poder de los rusos.

Una lista inesperada

Nuestra otra protagonista, Rzhevskaya, convertida en una reputada escritora, decide en 1965 publicar el libro Berlín, mayo de 1945 sobre su experiencia de hacía 20 años, así como sobre el proceder de los servicios secretos rusos, buscando sacar a la luz la verdad de lo que ella había vivido en primera persona, y que poco o nada tenía que ver con las mentiras al respecto fabricadas por el régimen estalinista. Para ello, pese a grandes dificultades, logró acceder a los archivos del entonces KGB, donde se toparía con un documento en el que figuraba una lista de nombres de ciudadanos alemanes que habían sido deportados a Rusia. Para su gran asombro, entre ellos figuraba el de Käthe Heusermann, con quien dos décadas antes, si no una amistad como es lógico, la ahora escritora mantuvo una relación cordial durante aquellos difíciles días tras la guerra.

Dentadura de Hitler
Restos de la supuesta dentadura de Hitler. [Fotograma tomado del documental La muerte de Hitler: Historia de un secreto de Estado.]

En cualquier caso, el libro de Elena Rzhevskaya, aunque publicado, sería previamente censurado por el propio servicio secreto ruso, por lo que habría que esperar a la caída de la Unión Soviética en los albores de la década de 1990 para que se hiciese pública una gran cantidad de documentos clasificados relacionados con la muerte y los restos de Hitler. De acuerdo con ellos, los rusos no sólo habían tenido secretamente en su poder piezas de su dentadura, sino también partes de su cráneo, en una de las cuales había un orificio de bala, que vendría a confirmar el suicidio del Führer. Entre dichos documentos habría uno clave, firmado en 1970 por el entonces jefe del KGB, Yuri Andropov, en el que se autoriza la destrucción de los restos de Hitler, cerrándose el expediente.

La información recogida en este artículo se basa en el documental La muerte de Hitler: Historia de un secreto de Estado, dirigido por Nina Beliaeva y Jean-Pierre Bozon, que choca con la de quienes sostienen que la muerte de Hitler en absoluto es un expediente cerrado, sino que sigue demasiado abierto como para dar carpetazo al asunto.

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