El diario portugués de tirada nacional, O Século (El Siglo), en su edición del lunes 15 de octubre de 1917 publicaba en portada, a dos columnas y en la parte superior derecha una noticia que, con el antetítulo «Coisas espantosas!» («¡Cosas asombrosas!»), su titular decía: «Como o sol bailou ao meio dia em Fátima» («Cómo el sol bailó al mediodía en Fátima»). El subtítulo rezaba, y nunca mejor dicho: «As apariçoes da Virgem — Em que consistiu o sinal do céu — Muitos milhares de pessoas afirmam ter-se produzido un milagre — A guerra e a paz» («Las apariciones de la Virgen — En que consistió la señal del cielo — Muchos miles de personas afirman que se produjo un milagro — La guerra y la paz»). A continuación, una imagen con dos niñas y un niño acompañada del siguiente pie de foto: «Lucia, de 10 anos; Francisco, de 9, e Jacinta, de 7, que na charneca de Fátima, concelho de Vila Nova de Ourem, dizem ter falado com a Virgem Maria» («Lucia, de 10 anos; Francisco, de 9, y Jacinta, de 7, que en el páramo de Fátima, municipio de Vila Nova de Ourem, dicen habler hablado con la Virgen María»).

Se trataba de Lucía dos Santos y los hermanos Francisco y Jacinta Marto, primos de aquella, los tres pastorcitos a quienes por primera vez, el 13 de mayo de 1917, en un lugar conocido como Cova da Iría, en Fátima, distrito de Santarém (Portugal), se les habría aparecido, mientras cuidaban un rebaño de ovejas, un ser resplandeciente con rostro de mujer, portando un rosario entre sus manos, diciéndoles ser la Virgen María, y quien según ellos acabaría revelándoles tres secretos o misterios relacionados con el destino de la humanidad durante las seis apariciones que tuvieron lugar entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917. Supuestamente en una de ellas, Lucía habría pedido a la presencia un hecho sobrenatural para que quedase demostrada su autenticidad, emplazándola para ello a la citada fecha del 13 de octubre.
Lo que hace quizás especial la última de dichas apariciones es que concentró a miles de personas, de todos los estratos sociales de la época, creyentes, agnósticos y ateos, siendo los extraños fenómenos que tuvieron lugar aquel día presenciados incluso por hombres de Ciencia y de Letras, que acudieron al lugar más por curiosidad que por fe o religiosidad. Es el caso del propio autor del artículo mencionado al principio, el periodista Avelino de Almeida, que contaba con 44 años cuando cubrió el citado evento, y quien iniciaba el texto en un tono de claro escepticismo:
Al bajar, después de un largo viaje (...) en la estación Chão de Maçãs, donde también se apearon religiosos que habían venido de tierras lejanas para presenciar el "milagro", pregunté, de repente, a un muchacho de los autos de transporte si ya había visto a la Señora. Con su sonrisa sarcástica y su mirada sesgada, no dudó en responderme:
- ¡Yo sólo vi piedras, carros, automóviles, animales de montar y gente allí!
Almeida va también describiendo el ambiente que se vive en el lugar en las horas previas a la aparición:
Hombres y mujeres van casi todos descalzos (...) Con paso preciso y acompasado, recorren el camino polvoriento, entre pinos y olivos, para llegar antes de que sea noche cerrada al lugar de la aparición, donde, bajo el viento y la fría luz de las estrellas, piensan dormir, custodiando los lugares junto a la encina bendita - para en el día de hoy ver mejor.
Y al fin llegó el gran día:
El sol sale, pero el cariz del cielo amenaza tormenta. Las nubes negras se acumulan precisamente en las inmediaciones de Fátima. Nada, sin embargo, detiene a quienes allí confluyen por todos los caminos y utilizando todos los medios de locomoción. Coches de lujo se deslizan vertiginosamente, haciendo sonar sus bocinas; las carretas de bueyes se arrastran lentamente por el costado del camino (...) Sin embargo, el aire festivo es discreto, los modales serenos y el orden absoluto... Los burritos caminan por el arcén y los ciclistas, muy numerosos, hacen malabarismos para no chocar con los autos.
Alrededor de las diez de la mañana, el cielo se nubló por completo y no tardó en comenzar a llover con fuerza. Las cuerdas de agua, golpeadas por un fuerte viento, azotan los rostros (...) traspasando hasta los huesos a los caminantes desprovistos de sombreros y cualquier otra protección. Pero nadie se impacienta ni desiste de seguir y, si unos se cobijan bajo la copa de los árboles, junto a los muros de las fincas o en las casas lejanas que se inclinan a lo largo del camino, otros prosiguen la marcha con una resistencia impresionante (...)
El punto del páramo de Fátima, donde se dice que la Virgen se apareció a los pastorcitos del pueblo de Aljustrel, está dominado en una enorme extensión por la carretera que va a LeIría, y por la que discurrían los vehículos que hasta allí condujeron peregrinos y mirones. Más de cien coches alguien contó y más de cien bicicletas, y sería imposible contar los diferentes carros que bloquearon la vía, uno de ellos el autobús Torres Novas, en cuyo interior se hermanaban personas de todas las condiciones sociales.
Pero el grueso de los peregrinos, miles de criaturas que venían de muchas leguas a la redonda y a los que se unían fieles de varias provincias, del Alentejo y del Algarve, de Minho y de Beira, se congregan en torno a la pequeña encina que, en palabras de los pastorcillos, la visión había escogido para su pedestal y que podría considerarse como el centro de un amplio círculo en cuyo borde se acomodan otros espectadores y otros devotos. Visto desde la carretera, el conjunto es sencillamente fantástico.
¿Y los pastorcitos? Lucía, de 10 años, la vidente, y sus pequeños compañeros, Francisco, de 9, y Jacinta, de 7, aún no han llegado. Su presencia se señala quizás media hora antes de la indicada como de la aparición. Conducen a las niñas, coronadas de flores, hasta el lugar donde se encuentra el pórtico. La lluvia cae sin cesar pero nadie se desespera. Carros rezagados llegan a la carretera. Grupos de frailes se arrodillan en el barro y Lucía pide, ordena que se cierren los paraguas. Se transmite la orden, que es inmediatamente obedecida, sin la menor reticencia. Hay gente, mucha gente, como en éxtasis; gente conmovida, en cuyos labios secos la oración se paralizó; gente anonadada, con las manos entrelazadas y los ojos burbujeantes; gente que parece sentir, tocar lo sobrenatural...

«El astro parece una placa de plata mate y es posible mirar fijamente al disco sin el menor esfuerzo. No quema, no ciega»
Llegados a este punto, la meteorología parece dar un vuelco:
La niña afirma que la Señora le ha hablado una vez más, y el cielo, todavía oscuro, de repente comienza a aclararse en lo alto; la lluvia cesa y el sol va a inundar de luz el paisaje (...)
La hora antigua es por la que se rige esta multitud, que cálculos desapasionados de gente culta y de todo punto ajeno a las influencias místicas computan en treinta o cuarenta mil criaturas... La manifestación milagrosa, la señal visible anunciada está a punto de producirse - aseguran muchos peregrinos... Y entonces se asiste a un espectáculo único e imposible de creer para quien no fuese testigo del mismo. Desde lo alto de la carretera, donde se aglomeran los carros y quedan muchos cientos de personas, que no se atrevieron a pisar el terreno fangoso, se ve a toda la inmensa multitud volverse hacia el sol, que aparece libre de nubes, en su cénit. El astro parece una placa de plata mate y es posible mirar fijamente al disco sin el menor esfuerzo. No quema, no ciega. Parecería que se está produciendo un eclipse. Pero he aquí, surge un alarido colosal, y a los espectadores que están más cerca se les escucha gritar: ¡Milagro, milagro! ¡Maravilla, maravilla!
Ante los ojos deslumbrados de aquella gente, cuya actitud nos transporta a los tiempos bíblicos y que, pálida de asombro, con la cabeza descubierta, mira al azul, el sol tembló, el sol nunca había tenido movimientos bruscos al margen de todas las leyes cósmicas - el sol «bailó», según la típica expresión de los campesinos... Encaramado en el estribo del autobús de Torres Novas, un anciano cuya estatura y cuya fisonomía, a la vez dulce y enérgica, recuerdan las de Paul Déroulède, recita, de cara al sol, con voz clamorosa, de principio a fin, el Credo. Pregunto quién es y me dicen que el señor João Maria Amado de Melo Ramalho da Cunha Vasconcelos. Entonces lo veo dirigiéndose a los que le rodean, que no se quitan el sombrero, implorándoles, con vehemencia, que se descubran ante tan extraordinaria demostración de la existencia de Dios. Idénticas escenas se repiten en otros puntos y una señora grita, bañada en un llanto agónico y casi asfixiante: ¡Qué pena! ¡Aún hay hombres que no se descubren ante tan estupendo milagro!
Y luego se preguntan si vieron y qué vieron. La mayor parte confiesa que vio el temblor, la danza del sol; otros, en cambio, aseguran haber visto el rostro sonriente de la misma Virgen, juran que el sol giró sobre sí mismo como una rueda de fuegos artificiales, que descendió casi hasta el punto de quemar la tierra con sus rayos... Hay quienes dicen que lo vieron cambiar de color sucesivamente...
«Queda a los expertos pronunciarse sobre la macabra danza del sol»
De Almeida prosigue con la narración del ambiente posterior al inexplicable evento meteorológico que acaba de ocurrir ante los ojos de los allí congregados con el sol como protagonista:
Son cerca de las tres de la tarde.
El cielo está barrido de nubes y el sol sigue su curso con el habitual esplendor que nadie se atreve a encarar de frente. ¿Y los pastores? Lucía, que habla con la Virgen, anuncia con gestos teatrales, sobre el regazo de un hombre, que la lleva de grupo en grupo, que la guerra terminará y que nuestros soldados volverán... Esa noticia, sin embargo, no aumenta el gozo de quienes la oyen. La señal celestial lo era todo. Hay una curiosidad intensa por ver a las dos niñas con sus coronas de rosas, hay quienes intentan besar las manos de las "santitas", una de los cuales, Jacinta, está más para desmayarse que para danzas, pero aquello que todos querían -la señal del cielo- bastaba para satisfacerlos, para arraigarlos en su fe de carbonero. Vendedores ambulantes ofrecen retratos de los niños en billetes postales y otros billetes que representan a un soldado del Cuerpo Expedicionario Portugués “pensando en la ayuda de su protectora para la salvación de la Patria” e incluso una imagen de la Virgen como figura de la visión...
Buen negocio fue ese y ciertamente más centavos fueron a parar a los bolsillos de los vendedores y al baúl de las limosnas de los pastorcitos que a las manos extendidas y abiertas de los leprosos y los ciegos que, a empujones con los peregrinos, lanzaban sus gritos desgarradores en el aire...
La dispersión se realiza con rapidez, sin dificultad, sin sombra de desorden, sin que sea necesario que ninguna patrulla de guardia intervenga. Los peregrinos que salen más rápido, corriendo por el camino, son los que llegaron primero, a pie y descalzos, con los zapatos en la cabeza o colgados de palos. Van, con el alma en lausperene, a llevar la buena noticia a lugares donde quedaron gentes que no acudieron. ¿Y los sacerdotes? Algunos asistieron al lugar, sonrientes, formando fila más con espectadores curiosos que con peregrinos ávidos de favores celestiales. Quizá uno u otro no pudo ocultar la satisfacción que tantas veces se traduce en la cara de los ganadores...
Queda a los expertos pronunciarse sobre la macabra danza del sol que hoy, en Fátima, hizo estallar hosannas del pecho de los fieles y dejó naturalmente impresionados, según me aseguraron personas de fiar, a librepensadores y otras personas sin preocupaciones de carácter religioso que acudieron al ahora ya célebre páramo.
«El sol, conservando la velocidad de su rotación, se desprende del firmamento y avanza sanguíneo sobre la tierra amenazando con aplastarnos»
Uno de esos librepensadores a los que el periodista alude al final de su artículo bien podía ser el abogado José Maria de Almeida Garrett, por aquel entonces un joven formado en Derecho por la Universidad de Coimbra, presente también aquel día en Fátima junto con su esposa. Almeida Garrett señalaría:
La bóveda celeste se cubrió de cirros, con brechas de azul aquí y allá, pero el sol a veces se destacaba en rasgones de cielo despejado. Las nubes que corrían ligeras de oeste a este no oscurecían la luz (que no hacía daño) del sol, dando la impresión fácilmente comprensible y explicable de pasar por detrás, pero a veces esos copos, que venían blancos, parecían tomar, deslizándose ante el sol, un diáfano tono rosa o azul.
Es maravilloso que, durante largo tiempo, uno pueda mirar fijamente al astro, un resplandor de luz y una brasa de calor, sin dolor en los ojos y sin un deslumbramiento cegador en la retina. Este fenómeno, con dos breves interrupciones en las que el sol feroz lanzaba sus rayos más fulgurantes y brillantes, y que obligaban a apartar la vista, debió durar unos diez minutos. Este disco nacarado tenía el vértigo del movimiento. (...) Giró sobre sí mismo a una velocidad vertiginosa.
De repente, se oye un clamor como un grito de angustia de parte de toda aquella gente. El sol, conservando la velocidad de su rotación, se desprende del firmamento y avanza sanguíneo sobre la tierra amenazando con aplastarnos con el peso de su ígnea y enorme carga. Son segundos de impresión aterradora. Durante el accidente solar, que he estado describiendo en detalle, hubo coloridos cambiantes en la atmósfera.
El propio Avelino de Almeida volvería a escribir sobre su experiencia vivida en Fátima aquel 13 de octubre de 1917 pasadas un par de semanas. Así, en la publicación la Ilustração Portuguesa (Ilustración Portuguesa) se podía leer el 29 de octubre su artículo O Milagre de Fátima/El Milagro de Fátima (Carta a alguém que pede um testemunho insuspeito/Carta a alguien que pide un testimonio fuera de sospecha), del que extraemos el siguiente fragmento:
Y, cuando ya no imaginaba que estaba viendo algo más impresionante que aquella muchedumbre ruidosa pero apacible, animada por la misma idea obsesiva y movida por el mismo anhelo poderoso, ¿qué vi todavía de verdaderamente extraño en el páramo de Fátima? La lluvia, a la hora preanunciada, deja de caer; la densa masa de nubes se rompe y el astro-rey -un disco de plata mate- aparece en pleno cénit y comienza a danzar en un baile violento y convulso, que mucha gente imaginaba como una danza serpentina, tan hermosos y resplandecientes colores revistieron sucesivamente la superficie solar... ¿Milagro, como gritaba la gente; fenómeno natural, como dicen los sabios? No me importa ahora saberlo, tan sólo decirte lo que vi... El resto depende de la Ciencia y la Iglesia...
Ha pasado más de un siglo de aquellas apariciones y todo tipo de interrogantes siguen abiertos. Atendiendo al contexto de aquella época, parece que dos grupos mayoritarios y bien definidos se conformaron a la hora de encarar estos sucesos. El de los creyentes, quienes con mayor o menor intensidad, encuentran en su fe y en la religión una explicación a los sucesos de Fátima, donde hoy se sigue encontrando uno de los lugares de peregrinación más importantes para quienes profesan la fe católica, visitado anualmente por millones de personas. Y es que la Iglesia romana, como no podía ser de otra manera, rápidamente tomó el control no sólo de lo acontecido en torno a los tres pastorcillos, sino que incluso, de acuerdo con ciertos investigadores, de la vida de Lucía, pues Francisco y Jacinta fallecerían prematuramente por neumonía y a consecuencia de la gripe en 1919 y 1920, respectivamente. Con independencia de las creencias de cada cual, una pregunta viene a la mente de forma espontánea teniendo en cuenta que en menos de dos años después de las apariciones, tuvo lugar el fallecimiento de ambos niños: ¿Por qué el milagro no se produjo precisamente para evitar su muerte?
El otro grupo estaría integrado tanto por escépticos como por quienes, aún dando por hecho que el 13 de octubre de 1917 algo extraordinario sucedió en el cielo de Fátima, debería tener más una explicación natural que sobrenatural. Así, en un primer momento, no pocos atribuyeron el baile del sol a un posible eclipse, si bien ningún observatorio astronómico registró aquel día fenomenología alguna al respecto. También hay quien prefiere hablar de una multitud previa y debidamente sugestionada como explicación al extraño comportamiento del sol y las nubes. Y es que, atendiendo a las descripciones de Avelino de Almeida y de José Maria de Almeida Garrett, si el protagonista de la anómala fenomenología fue realmente el sol, éste habría desafiado las leyes universales del cosmos en cuanto a sus movimientos, así como mutado temporalmente su aspecto físico. Y no sólo eso, ¿qué consecuencias catastróficas podrían producirse en todo el sistema solar si su estrella principal «danzase»? Y sin olvidarnos del hecho de mantener la mirada fija sobre él de forma prolongada sin los habituales deslumbramientos y ceguera que provoca el hecho de hacerlo durante escasos segundos.
Fotografías con personas tapándose la frente y mirando hacia el suelo
Otro hecho que llama la atención es la ausencia de fotografías sobre lo acontecido en el firmamento, pese a que en el lugar se encontraban fotógrafos como Judah Ruah, también ingeniero electrónico, quien precisamente acompañaba a Avelino de Almeida para la ocasión. Todas las fotografías que han salido a la luz están relacionadas con las reacciones de la multitud allí congregada. Quién sabe. A lo mejor ese día sí que se hicieron esas otras fotografías, pero su destino se desconoce. En cualquier caso, en algunas de las imágenes se puede observar a quienes en ella aparecen con sus manos en la frente a modo de visera durante el supuesto milagro del sol, lo que indicaría que, como suele ser habitual, es imposible aguantar la mirada fija hacia el sol sin algún tipo de protección. E incluso se ven personas que directamente miran hacia el suelo.
También es curioso que las supuestas apariciones marianas parecen estar sólo reservadas a los tres pastorcillos, y no a una gran muchedumbre, a la cual el 13 de octubre de 1917 parece se trató de impresionar con un acto prodigioso. Es de suponer que la mayoría de personas, siendo más o menos creyentes, e incluso ateas, que acudieron a Cova da Iría en aquella fecha lo hicieron con la inicial convicción de que, más que un milagro del sol, tendrían también la opción de ver lo mismo que los tres pastorcillos habían dicho ver en previas apariciones: un ser bello y resplandeciente con rostro de mujer, quien decía ser la Virgen María. Es decir, la gente no fue allí a ver bailar el sol, sino a ver a la Virgen María.
¿Fenomenología OVNI tras las apariciones y la danza del sol?
Estas apariciones tuvieron lugar en 1917. Es decir, justo 30 años antes del incidente de Roswell (Nuevo México, EEUU) en 1947, lugar donde supuestamente se habría estrellado una nave extraterrestre con sus tripulantes, desatándose a partir de esa fecha la fiebre por la fenomenología OVNI, algo que hasta entonces había permanecido como tabú en el seno de la sociedad, y siendo cualquier mínimo atisbo de asomar la cabeza desacreditado tanto por la religión como por la ciencia, etiquetando a quien osara tocar el asunto como un verdadero chiflado. Pero el paso de las décadas, unido a la ocultación y desinformación por parte de los gobiernos sobre el asunto, acabó por provocar un auténtico tsunami que, hasta nuestros días, ha llevado a una innumerable lista de investigadores y curiosos a convertir en cotidiano todo aquello que gira en torno a la posibilidad de la existencia de inteligencias ajenas al planeta Tierra mucho más avanzadas que la humana. No podían faltar, por tanto, quienes han tratado de buscar una explicación extraterrestre a lo que ocurrió en las alturas de Fátima aquel 13 de octubre de 1917.
Puede que nunca sepamos lo que realmente ocurrió, pero al menos con este artículo queremos destacar el testimonio de dos personas no provenientes del ámbito religioso, un periodista y un abogado, que con mayor o menor escepticismo nos dejaron el valioso testimonio de lo que supuestamente vieron aquel 13 de octubre de 1917 sobre sus cabezas, junto a miles de personas, en Cova da Iría. Hay quien, sin embrago, y en este caso sí proveniente del mundo eclesiástico, tiene claro lo que ocurrió, o más bien lo que nunca ocurrió en Fátima. Nos referimos al portugués Mário de Oliveira, sacerdote católico, autor de dos polémicos libros sobre esta materia, Fátima nunca más y Fátima S.A., en los que no sólo niega las apariciones marianas, sino que denuncia el gran negocio montado por la Iglesia Católica aprovechando los sucesos de 1917.



«¿Cómo va a aparecerse alguien que no existe como figura mitológica?»
Así, en una entrevista al diario digital El Español en 2017, Oliveira tiene claro que lo que ocurrió en Cova da Iría entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917 fue «un fraude (...) un teatrillo ideado por miembros del clero de Ourém. Las principales víctimas de este embuste fueron los tres pastorcitos, quienes fueron utilizados como actores en esta producción episcopal. La documentación existente deja clarísimo que el clero manipuló a estos tres niños jovencísimos (...) para montar un espectáculo con difusión internacional». Incluso va más allá al preguntarse «cómo va a aparecer alguien que no existe, o que, al menos, no existe como figura mitológica. Existió María, madre de Jesús, pero la mitológica que se ha creado en torno a su figura es un insulto a su memoria y a la inteligencia humana. Es un insulto al propio Jesús». El sacerdote considera que cualquiera que analice los documentos puestos a disposición por el Santuario de Fátima, así como las Memorias de la Hermana Lucía, «supuestamente» escritas por ella, «verá que se trata de un montaje tosco».
Los milagros de Fátima, «un instrumento perfecto» para recuperar poder e influencia
En cuanto al supuesto Milagro del Sol, Oliveira no alberga duda alguna de que «es obvio que el sol no bailó en Fátima en 1917 (...) Es vergonzoso que le Iglesia siga hablando de este supuesto acontecimiento, claramente imposible a nivel científico». Respecto a lo que podría haber motivado a la Iglesia Católica a promover y rentabilizar este «fraude», el padre Oliveira argumenta que «la Iglesia lusa estaba en muy mal estado en 1917: desde su instauración en 1910 la República había trabajado para reducir el poder del clero portugués y secularizar el país. Una de las primeras leyes que se promulgan tras la llegada de la República fue la nacionalización de enormes parcelas de tierras episcopales y la supresión de muchísimos de los privilegios ancestrales del clero, cuya influencia política y económica había sido enorme hasta ese momento. La diócesis de LeIría, en particular, había perdido muchos fieles y se veía cada vez más empobrecida. Los milagros de Fátima fueron un instrumento perfecto para conseguir los fondos que se buscaban para restaurar las propiedades eclesiásticas y lograr que el pueblo volviera al culto. A nivel nacional, las supuestas apariciones dieron a la Iglesia la relevancia que necesitaba en su cruzada en contra de la República».
«El Santuario es una máquina de dinero»
Respecto a los tres pastorcitos, según Oliveira, además de ser utilizados y manipulados, «el clero es responsable por las muertes de Francisco en 1919 y Jacinta en 1920. Los curas animaron a los niños para que practicasen mortificaciones y penitencias absolutamente locas. Sus prolongados ayunos –que incluían la abstención de beber agua en pleno verano– hicieron que se encontrasen físicamente debilitados, incapaces de resistir las epidemias de la época. Murieron de neumonía y la pleuresía, respectivamente, sin que la 'milagrosa' Señora de Fátima les ayudara. Es un crimen de lesa humanidad que ha quedado impune».
Oliveira cree que todo lo que rodea a Fátima «es un negocio que le viene muy bien al Estado pues genera muchos millones de euros. El Santuario es una máquina de dinero. Da náusea: su única misión es fomentar el turismo religioso, atraer gente en nombre de una fe tóxica, basada en la mentira. Hoy en día la zona entera del Santuario, y los negocios repartidos por la aldea, están creados para aprovecharse de los pobres que acuden ahí. Es bien sabido que muchos de ellos sirven para lavar dinero».
«Me siento católico y humano, algo bastante diferente de apostólico o romano»
Por último, preguntado por cómo logra mantener su fe en la religión católica, el sacerdote responde:
Siempre quise ser cura, y cuando fui ordenado, el 5 de agosto de 1962, tomé votos para serlo de por vida. Este tema no me hace dudar que soy presbítero y periodista, hombre de fe, de Jesús, creyente en su palabra y sus políticas. Mi fe se mantiene porque entiendo que ser católico es reconocer que Dios vive dentro de cada uno de nosotros, factor común entre todos los seres humanos. Me siento católico y humano, algo bastante diferente que sentirse apostólico o romano.
Ríos de tinta han corrido sobre los sucesos de 1917 en Cova de Iría, y cuestiones de fe aparte, hay algo que queda manifiestamente claro, que no es una visión sino una realidad, y que, como el sol cuando se le mira fijamente, no sólo ciega la vista sino el alma. Nos referimos al negocio turístico montado en torno al Santuario de Fátima, al que desde hace ya muchas décadas millones de personas de todo el planeta acuden anualmente, dejando allí su dinero, y llevándose a cambio una reafirmación de su fe, en el mejor de los casos, una mera visita de placer en otros y un no se sabe muy bien qué en el resto.
En el Santuario se pueden además observar escenas de lo más irracional, como la protagonizada por quienes entienden la fe como una demostración cuantitativa más que cualitativa. Así, puede verse a personas con un buen número de cirios de diverso grosor y longitud bajo el brazo, que son trasladados a una especie de barbacoa; en realidad se trata de un muro de cuya base surgen llamas. Lo primero que piensas es que esa persona atiborrada de cirios, una vez allí, comenzará a encenderlos uno a uno, para posteriormente repartirlos entre sus acompañantes. Pero no. Salvo alguna excepción, el conjunto de cirios es depositado de golpe sobre el fuego -quién sabe si las ingentes cantidades de cera derretida son reutilizadas-.

Si una Virgen María se apareció en Fátima en 1917, tenía siete años y su nombre era realmente Jacinta. Esta idea me viene a la cabeza cada vez que contemplo el resplandor de su inocencia y de su rostro angelical en sus fotografías.
Y no queremos terminar este artículo sin hacer alusión a su título, tomado en parte del libro El Secreto de Fátima, obra de los historiadores portugueses Joaquim Fernandes y Fina d'Armada, quienes por primera vez en 1978, es decir, más de 60 años después de los acontecimientos, tuvieron acceso a documentos originales sobre las apariciones extraídos de los archivos del santuario, iniciando una larga investigación, recogida posteriormente en el citado libro, en cuya contraportada se puede leer:
Fuera cual fuera la verdad, las apariciones de Fátima no se investigaron de forma adecuada hasta sesenta años después. Los registros originales del caso permanecieron encerrados bajo custodia durante seis décadas en archivos secretos dentro del santuario. Los secretos celestiales que había en estos archivos encerraban un gran enigma, algo que la religión no podía admitir y que la ciencia no podía explicar...
[Fuentes:
Carlos Fiolhais (2017). A ciência e o "milagre do sol". Fátima, Portugal: Santuário de Nossa Senhora do Rosário de Fátima
Avelino de Almeida (1917). Como o sol bailou ao meio dia em Fátima. Lisboa, Portugal: O Século
Avelino de Almeida (1973). O milagre de Fátima (Carta a alguém que pede um testemunho insuspeito). Leiría, Portugal: Voz da Fátima
Aitor Hernánderz-Morales. "El cura portugués que no cree en Fátima: 'Los pastorcillos fueron manipulados, las apariciones son mentira'". El Español, 29 Noviembre 2022, https://www.elespanol.com/reportajes/20170512/215478955_0.html]
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