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El Holandés Errante

Restos del American Star, Fuerteventura, Islas Canarias, España

Restos del 'American Star' en Fuerteventura. [Foto: A. Alvarez/LPDS]

La leyenda del Eldorado, o sea la del hombre de oro y de su riquísimo imperio, se relaciona estrechamente con el descubrimiento de América y con las esperanzas, a menudo desmesuradas, que el mismo había fomentado. Pero la ruta de las Indias Occidentales, como entonces se llamaba la atlántica, no era la única dirección en que se ejercían los esfuerzos de audaces navegantes: Alvise Cadamosto, Antoniotto Usodimare, Diego Cão y Bartolomeu Dias, entre otros, habían intentado o intentaban trazar la ruta que debía llevar a Asia por el mar, mediante la circunnavegación de África, y que Vasco da Gama establecería de manera definitiva.

Cristóbal Colón había fijado los derroteros del océano Atlántico prácticamente al primer intento y, aparte algún incidente esporádico, no habían costado a continuación grandes esfuerzos ni graves pérdidas de vidas humanas. En cambio, la que intentaba rodear África era una ruta maldita y resistió durante más de un siglo los intentos arriesgados y que a menudo acaban mal de los navegantes. Incluso cuando se consignó la vía en las cartas náuticas y los europeos, sobre todo los holandeses, se aventuraron por ella, el periplo del continente africano se consideró durante largo tiempo una hazaña muy dificultosa. De modo principal el cabo de Buena Esperanza, al que Dias llamó de las Tormentas, despertaba el pavor de los marinos. Sus relatos daban a entender que furiosas tempestades azotaban la zona en que las aguas del Atlántico se mezclan con las del Índico.

La triste fama de aquel rumbo, la idea amedrentada que se tenía de las navegaciones solitarias en mares desconocidos y cierta dosis de superstición, que tachaba de sacrílego el deseo de poner los ojos más allá de lo conocido, fomentaron leyendas, la más conocida de las cuales, y de la que hay distintas versiones literarias, es la del Holandés Errante.

Relato nórdico inspirado en la leyenda del Judío Errante

Se trata de un relato nórdico del siglo XV en el que se reconocen algunas reminiscencias clásicas, tales como el viaje y muerte de Ulises allende el límite «prohibido» de las columnas de Hércules, una manifiesta derivación de la leyenda medieval del Judío Errante.

Arrancando de un pasaje del Evangelio de San Juan, esta última versaba sobre un tal Ahasvero que había insultado a Jesucristo o, según otra versión, le impidió que descansase delante de su tienda durante el doloroso tránsito del Redentor al Calvario.

-He recorrido casi todo mi camino, pero tú andarás el tuyo hasta el día del Juicio- se cuenta que Jesús dijo a Ahasvero en tal ocasión.

Desde entonces en adelante, siglo tras siglo, el judío peregrinó de nación en nación, bajo el peso del anatema divino, y suplicó en vano que le llegara la muerte y pusiera fin a sus sufrimientos.

La leyenda holandesa, la primera tal vez de la larga serie sobre la figura del navegante maldito, se refiere al capitán Vanderdecken, obstinado en doblar el cabo de Buena Esperanza a pesar de una clara prohibición sobrenatural. Rechazado muchas veces por la furia de las tempestades, juró sacrílegamente que insistiría en la empresa a despecho de todas las órdenes divinas contrarias a su propósito. Dios oyó sus palabras blasfemas y pronunció su condena: el holandés vagaría por los mares hasta el día del Juicio.

En una versión alemana el capitán, llamado Von Falkenberg, merecía una condenación aún peor, porque, además de tener que navegar perennemente en una nave sin timón, debía empeñarse en una interminable partida de dados -o de ajedrez- con el diablo, arriesgando su alma por apuesta.

El poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856) recogió la historia de la fuente popular viva y la convirtió en tema de una balada. A continuación se empleó a menudo en literatura, pero con arreglos y adición de detalles novelescos que menoscabaron su espontaneidad y vigor. Walter Scott (1771-1832), entre otros, imaginó en su obra Rokeby que el buque estaba cargado de oro y que se cometió por codicia un homicidio a bordo. La peste, castigo divino, se declaró entre la tripulación maldita, a la que por tal motivo, se cerraron siempre todos los puertos.

Suplicar por la muerte para lograr la paz

The Rime of the Ancient Mariner
Hear The Rime of the Ancient Mariner...

Un destino tan sombrío y truculento como el del Holandés Errante debía atraer a los románticos, y Richard Wagner (1813-1883) lo utilizó en su ópera lírica El buque fantasma, cuyo libreto y música compuso hacia 1843. Sin embargo, el motivo dominante es, no el de la maldición, sino el verdaderamente romántico del poder redentor del amor. El holandés tiene una posibilidad de salvarse: se le ha autorizado para que desembarque cada siete años y busque a una mujer que, por amarlo, esté dispuesta a sacrificarse para salvarlo.

La ópera se inicia cuando una rabiosa tempestad obliga noruego Daland, que regresa a su patria, a refugiarse en un lugar abrigado de la costa. Aparece otra nave, espectral y con el velamen de un rojo sanguinolento, que arriba en silencio, como si las aguas la levantasen en el aire. Su tripulación de larvas humanas, encadenada y sin esperanza de redención, pide la muerte para lograr la paz.

En el rostro de su capitán, el Holandés, se ve la desesperación de una condena sumamente larga.

Apiadándose del aspecto de sufrimiento de los aparecidos, y estimulado por los tesoros que el desconocido transporta en su buque, Daland se ofrece a ir con él a su ciudad para darle a su hija Senta en matrimonio. El Holandés acepta, atraído por aquella posibilidad de salvación.

Senta devana en su casa, rodeada de las criadas, pero no atiende a su conversación despreocupada. Está absorta en la contemplación de un hombre pálido y tétrico, el Holandés Herrante, que ejerce sobre ella una extraña fascinación. Es un viejo retrato que ha visto siempre en el hogar de su padre, pero al mirarlo entonces la turba de modo particular, y se siente arrastrada a cantar la balada del navegante maldito. Poco a poco el canto la exalta, hasta que hace el voto de consagrarse a la redención del condenado, a pesar de los ruegos aterrados de Erik, su prometido.

Sacrificar la propia vida por amor

Cuando el Holandés entra en la casa con Daland, Senta lo reconoce inmediatamente y lo acoge haciéndole la promesa de que le será fiel hasta la muerte. Aquella noche, cuando se extingue en el puerto el canto siniestro de los holandeses, mientras las olas y el viento siguen arremolinándose tumultuosamente alrededor del buque maldito, Erik recuerda a Senta la promesa que le hizo en el momento de su compromiso. El Holandés, que está cerca de ellos, los oye. Para salvar a la muchacha de la condenación que la destruirá si falta a su juramento, no encuentra más recurso que rebelarse a los aterrorizados circunstantes. Después salta a su buque y zarpa a su destino. Senta proclama a gritos que le será fiel y se lanza al mar desde un peñasco. El amor de la muchacha ha llegado incluso al supremo sacrificio de su vida. En aquel preciso instante la nave se va a pique lejos de la costa, y de las olas, por fin calmadas, se elevan los espíritus de Senta y el Holandés, transfigurados y salvos.

La trágica sencillez de la leyenda primitiva se ha perdido en la ópera de Wagner. No se reconoce en ella la transposición mítica del sacrificio cotidiano del hombre de mar, obligado constantemente a navegar lejos de los suyos y de su tierra natal, entre fatigas y los peligros latentes en las fuerzas naturales, vida que debía de parecer a muchos una maldición. Se presenta en ella otro espíritu: el de la inquieta y angustiada mentalidad romántica dispuesta a buscar la superación de las propias contradicciones en un amor superior, ideal, constantemente anhelado.

Peligrosa belleza...

En fecha mucho más próxima a nosotros, la leyenda ha servido de trama a películas de bastante éxito en su momento, como Pandora y el holandés errante, que protagonizaron James Mason y Ava Gardner.

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[Fuente: VVAA (1978). El Holandés Errante. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo III, pp. 151-155). Milano, Italia: Editrice Europea di Cultura]