Este artículo, 'La Enciclopedia, un hito histórico', arranca a mediados del siglo XVIII, cuando el pueblo francés orientó las fuerzas espirituales de la humanidad, al convertir determinadas ideas, base del mundo político moderno, en patrimonio común de todos los hombres y los hizo avanzar, más que ningún otro país, por las vías de la libertad civil.
En 1751, inspirándose en obras análogas del francés Pierre Bayle (1647-1706) y del inglés Ephraim Chambers (1680-1740), Denis Diderot (1713-1784) y Jean Le Rond d'Alembert (1717-1783), con la colaboración de otros escritores y eruditos, publicaron el primer tomo de la Enciclopedia, que dio nombre a toda una época y que no se terminó hasta 1773 -se componía de 33 volúmenes-. Recogió las doctrinas que profesaban sus autores, basadas en el deísmo, que afirma la existencia de un Dios personal, pero niega la providencia divina y la religión revelada, en la libertad de pensamiento frente a toda autoridad o tradición y el racionalismo, humanitarismo y fe en el progreso.
Una obra de talento, sin delimitaciones ni exclusivismo
La Enciclopedia fue una obra por completo nueva que recogió la colaboración de los talentos más notables de Francia, sin delimitaciones y exclusivismo de ningún género. Alimentaba el propósito de presentar la suma de los conocimientos de su tiempo y, sobre todo, de las nuevas doctrinas políticas en un francés llano y comprensible. Su principal objetivo era la exposición de hechos que satisficieran la sed de saber. A pesar de las limitaciones forzosas que llevaba que llevaba aparejadas la empresa, duplicadas por la presión de la censura, la Enciclopedia significo un hito en la historia de la cultura, y aún en la historia general, y merece la atención que suele despertar.
Coetánea, e incluso algo anterior a ella, fue la Ilustración, denominada también «Siglo de las Luces», movimiento cultural que predominó en Europa durante las centurias XVII y XVIII. Debe su nombre a su aspiración de inundar la vida humana con la luz de la razón, de modo que se disipasen las «tinieblas» del dogma y de la autoridad constituida. Presentaba como valores supremos la libertad y la razón individuales. Fomentó el pensamiento crítico de los librepensadores y el sentido de la naturaleza; en cambio, desconoció la revelación religiosa, la tradición y los intereses constituidos de toda índole. Sus representantes más sobresalientes fueron, en Inglaterra, John Locke (1632-1704), David Hume (1711-1776) y Adam Smith (1723-1790); en Francia, D'Alembert, Diderot y Voltaire (1694- 1778); y en Alemania, Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), Christian von Wolff (1679-1754), Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) y Emmanuel Kant (1724-1804).
Las ideas que nacieron con robustez en Inglaterra adquirieron agudeza y precisión en Francia, aunque saturadas de escepticismo, y se hicieron serias, complejas, profundas y algo pedantes, en Alemania. En ella, acaso más que en Francia, la disciplina política de las pequeñas cortes era dura y mezquina, y recibía el apoyo individual y coactivo del teólogo y el dómine; el humanismo no había penetrado hondamente en su vida científica y moral, ni tampoco la tradición clásica de las artes arraigadas en otros países. Era, en realidad, aquél algo así como un «deber» de colegial y ésta una fórmula manida para uso de academias y talleres.
La razón, la reducción del Estado y el laissez-faire
Cuando la República Francesa establecía un culto especial de la razón, el alemán Kant fue más lejos en la revolución del pensamiento: estableció que se conocen tan sólo las cosas que se someten a la forma de percibir y de razonar del individuo. Pero aparte esta razón, hay principios éticos fuera de toda posibilidad de experiencia, grabados a la conciencia personal. Su existencia, que es ley común o deber general, hace considerar buena aquella conducta que se quisiera ver convertida en norma de obrar universal, el más sublime aspecto de la limitación humana.
El naturalismo francés o fisiocracia proclamó la reducción del Estado. En lugar de impetrar su auxilio, que consideraba gravoso a la larga, ansió suprimirlo. La libertad concedida a la actividad de los hombres, el laissez-faire, había de señalar el camino a la prosperidad; la competencia se encargaría de reprimir el egoísmo, puesto que el de cada uno obraría sobre el de los demás y éste sobre aquél, y ordenaría los intereses de manera armónica. Al mismo tiempo surgió en Inglaterra la orientación filosófica que reducía toda la existencia al pensamiento y que tenía por reales únicamente a los contenidos de la conciencia. Por eso recibió el nombre de idealismo.
En el desarrollo del liberalismo se entrecruzaron corrientes doctrinales de diverso origen, que estorban la posibilidad de definirlo, quizá de modo irremediable, con entera precisión. En efecto, han contribuido a su progreso hombres tan opuestos como Maquiavelo, Calvino, Lutero, Copérnico, etc. En su génesis tuvo gran importancia la reforma, así como los descubrimientos geográficos, la nueva cosmología y, sobre todo, las distintas formas de vida económica que se impusieron.
Los comienzos del movimiento liberal pueden verse en el período del Renacimiento. Triunfó con la Revolución francesa. El siglo XIX fue por antonomasia el del liberalismo. Entre la época renacentista y la de dicha revolución creció una nueva clase social, que, alterando de modo casi total la estructura existente, llegó a hacerse con el poder durante toda la pasada centuria, como queda dicho.
La libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión, derechos naturales imprescindibles
Al menos en sus primeras expresiones, fue la filosofía de ese nuevo estamento, o sea la burguesía. En la sociedad de entonces cada miembro de la comunidad, perteneciente a una clase dada, sabía cuáles eran sus limitaciones, que raras veces lograba salvar. Todo dependía de su cuna. La noción de un fin supremo armonizaba jerárquicamente las acciones de los hombres. La Reforma, que puso en tela de juicio la autoridad de Roma e impulsó el racionalismo atacando los principios aceptados hasta entonces; los inventos técnicos, creadores de nuevas riquezas; el descubrimiento del Nuevo Mundo, etc., trastocaron paulatinamente los hábitos, que ya no tenían validez para justificar las oportunidades, hasta entonces ignoradas, que se ofrecían.
La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a otro.
El banquero, e industrial, el hombre de la ciudad, en suma, el «estado llano» luchaba por conquistar las situaciones que les negaba una sociedad fundada en los privilegios. El absolutismo real oprimía la libertad intelectual y no garantizaba la seguridad de todas y cada una de las personas. Asimismo, la organización gremial presentaba un enorme obstáculo al desenvolvimiento económico del individuo. El estado llano se había ampliado de manera constante y se hizo oír en las jornadas de la Revolución francesa. Es obligatorio referirse a su famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. En ella, frente a cada una de las opresiones sufridas, se proclamó solemnemente un nuevo derecho, hasta el punto que se convirtió en la Carta Marga del liberalismo moderno. Constaba de 17 artículos, en el primero de los cuales se reconocía y declaraba que los «hombres nacen libres e iguales en derechos y las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común». La libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión son derechos naturales imprescindibles. La soberanía reside en la nación y no puede ejercerse autoridad que no emane de ella. «La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a otro». Sólo la ley puede determinar sus límites, puesto que se trata de la expresión de la voluntad general. «Nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley establecida con anterioridad al delito y legalmente aplicada.» «Nadie puede ser molestado por sus opiniones, aunque sean religiosas.» Se reconoce a sí mismo la libertad de pensamiento, de expresión, etc.
La Declaración de los Derechos del Hombre, más que fruto de principios teóricos, fue engendrada por la oposición a las circunstancias políticas precedentes. Cada uno de los artículos se refirió a un abuso preciso del ancien régime.
«El mejor juez del interés propio es uno mismo»
Hablar del liberalismo es, sin duda, una simplificación, pues en Inglaterra, Francia, Alemania, España, etc. adquirió en el transcurso de los tiempos matices peculiares. Por ello, más que de liberalismo, cabría tratar de «liberalismos». Sus distintas formas evidencian un proceso de asimilación recíproca, crisol de una conciencia liberal europea, en el cual se funden todas las expresiones particulares, sin que, no obstante, desaparezcan. Lo propio del liberalismo consiste en partir del individuo, no del grupo social. Entiende la sociedad como «la suma de los miembros que la componen». Como son iguales por naturaleza, todos los individuos tienen igual derecho a desarrollar su existencia personal y el deber de respetar esta aspiración en los demás. El móvil de los hombres estriba en el interés, el cual no necesita ningún exilio el cual no necesita ningún auxilio para desarrollarse. «El mejor juez del interés propio es uno mismo.» Cree, por otro lado, que los intereses pueden armonizarse entre sí. Al atender a sus asuntos propios, cada uno produce un elemento de utilidad común, que representa la suma de las utilidades particulares. Para los liberales clásicos, el orden natural era algo «inherentemente simple armónico y benéfico», por cuyo motivo se opusieron a cualquier acción de gobierno o de grupos sociales que alterasen la acción de las leyes naturales. Por tal razón se le conoce por liberalismo del laissez faire. Esta concepción se aplica tanto al mundo económico como al político; en lo que atañe a la economía, se deriva de la obra de Adam Smith, que ya sostiene la teoría de la armonía natural entre el interés particular y el general. Los liberales de esta época estaban persuadidos de que las leyes económicas procedían de la misma naturaleza humana, por lo que las tenían por independientes de toda circunstancia de tiempo y lugar. Pensaban, por consiguiente, que entre economía y Gobierno no había interdependencia.
El pensamiento económico liberal alcanzó en Gran Bretaña amplio desarrollo y mucha fuerza política, principalmente a causa de la organización llamada Liga de Manchester, de la que emanaría el nuevo liberalismo. En otoño de 1838 unos cuantos industriales se reunieron en la Cámara de Comercio de dicha ciudad y determinaron fundar una asociación contra el proteccionismo. Su defensor y mentor fue Richard Cobden (1800- 1865).
Derechos individuales, división de poderes y sumisión del Estado a la Ley
El liberalismo político de siglo XIX surge del movimiento económico que acaba de citarse. A sostener la superioridad de la iniciativa privada sobre la acción gubernamental, declaraba que la intervención del gobierno era un mal en sí. Pero se atribuye al Estado una función pacificadora y reguladora, porque la competencia libérrima de las fuerzas sociales y de las iniciativas no motivaría una ordenada comunidad civil sin un poder moderador. El Estado liberal se vale de varios instrumentos para cumplir dicha misión:
- Reconocimiento solemne de unos derechos individuales anteriores al Estado, los cuales acotan una esfera de libertad personal frente al poder de aquél.
- Limitación de la organización del poder para garantizar la vigencia de tales derechos (división de poderes).
- Sumisión de la actividad del Estado a normas jurídicas que eliminen cualquier arbitrariedad peligrosa para la seguridad del individuo.
La soberanía política descansa en el pueblo, pues sólo así se consigue que coincidan el interés del Gobierno y el general. Para que ello resulte eficaz, el Gobierno ha de estar regulado por el Poder Legislativo, que debe elegirse por sufragio universal referido a la clase media.
El capitalismo liberal se resume con el siguiente esquema:
- Desde el punto de vista jurídico. El sistema capitalista se basa en el principio de la apropiación privada de los medios de producción. Existe una separación entre la propiedad de los medios productivos y el trabajo productor.
- Desde el punto de vista técnico. Se caracteriza por medios de producción muy perfeccionados. Implica la sustitución del trabajo manual por otro más productivo, el cual exige la intervención de instrumentos intermedios entre el operario y las materias primas. Son, precisamente, bienes de capital los que sirven para dotar de mayor eficacia al trabajo humano, tales como máquinas y herramientas, y asimismo el dinero que consiente adquirirlas. De ello se desprende que la técnica capitalista implica a la vez un maquinismo muy perfeccionado y una división del trabajo muy difundida. Así se tiene la posibilidad de incrementar de modo notable el rendimiento individual y la producción global.
- Desde el punto de vista psicológico. Lo característico del sistema capitalista es la búsqueda de la ganancia. El productor busca no tanto satisfacer necesidades como obtener ganancias. Por ello, así como para ampliar los mercados de los productos, surge el librecambismo con el deseo de borrar las barreras aduaneras entre las naciones como medio más rápido de aumentar el volumen de las ventas y el promedio de los beneficios, por lo menos en los países más industrializados.
[Fuente: VVAA (1978). Enciclopedismo, naturalismo e idealismo. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo VIII, pp. 9-13). Milano (Italia): Editrice Europea di Cultura]