La democracia representativa es el sistema político en el que los gobernantes son elegidos por los habitantes del territorio nacional que posean la ciudadanía, vínculo que une al individuo al Estado. De esta forma los miembros del Gobierno se consideran representantes del pueblo. Tradicionalmente se distinguen dos maneras de intervención de los ciudadanos en la vida política: las asambleas generales que toman por sí mismas las determinaciones, o «democracia directa»; la participación de los ciudadanos en una determinación preparada por sus representantes, o «democracia semidirecta».
Los procedimientos de la primera aparecen en las épocas griega y romana, cuando quienes gozan del derecho de ciudadanía —que no son todos los habitantes de las poblaciones—, se reúnen en las ágoras o los foros para resolver los problemas de la comunidad. La democracia directa sólo es factible en lugares muy pequeños, en los que puede reunirse todo el pueblo. Como ejemplos de ella se encuentran algunos cantones suizos de alta montaña, poco poblados, en los cuales las asambleas populares se congregan una vez al año con la misión más de criticar a los gobernantes que de gobernar. Además, se hallan algunas asambleas populares a nivel de localidad o municipio en los Estados Unidos, pero se trata más bien de una curiosidad histórica, pues su eficacia práctica resulta discutible. En España todavía hoy está presente, aunque no con la fuerza de décadas pasadas, la figura de las asambleas vecinales -concejos-, pequeños reductos de democracia directa frente al hoy omnipresente poder municipal de los ayuntamientos.
La iniciativa popular: proyecto de reforma y referéndum
Los procedimientos de democracia semidirecta consisten en formas especiales de colaboración entre los ciudadanos y sus representantes. Pueden emplearse dos formas distintas. Conforme a la primera los ciudadanos intervienen ante todo para asegurarse la iniciativa popular. Lo realizan mediante la presentación de un proyecto de reforma firmado por cierto número de ellos. Si los gobernantes no lo aceptan, se recurre al voto popular que, en caso de ser favorable, obliga a los gobernantes a su aplicación. La eficacia del sistema dependerá de que se trate de un proyecto de ley, en cuyo caso el pueblo consigue elaborar directamente la mayor parte de una disposición legal, o sea la simple indicación de las líneas generales que ha de seguir la reforma propuesta.
También pueden intervenir los ciudadanos a través de un referéndum en una decisión tomada o preparada por sus representantes. El Parlamento o Gobierno prepara entonces un texto para que la comunidad se pronuncie sobre él en sufragio universal. Si este es positivo, el texto se convierte en ley; si es negativo, no se aplica. A veces no se propone un texto, sino varios para escoger uno de ellos.
Institución esencial de los regímenes liberales son los partidos políticos, que nacen y se desarrollan al mismo tiempo que las elecciones y la representación. Al principio aparecen como comisiones electorales encargadas de reunir fondos para la campaña y de conseguir patronazgos importantes para su candidato. Se observa también el nacimiento, en las asambleas, de grupos parlamentarios de diputados de la misma tendencia para una acción común, y que produce de manera natural la federación de sus comisiones básicas, que originan los partidos.
Los primeros en surgir son los de cuadros, estructura adoptada en el siglo XIX, y conservada por los liberales de Europa y de los Estados Unidos. Tienen por característica la creencia de que es más importante la calidad que la cantidad, buscan personalidades prestigiosas o ricas, y se agrupan en comisiones locales de gran autonomía. Su crecimiento llevó a muchos partidos a imitarlos, aunque sus tentativas fracasaron. En el siglo XX, los estadounidenses sufren grandes transformaciones a causa del sistema de las elecciones primarias, especie de preescrutinios, en que el conjunto de ciudadanos designa a los candidatos de los partidos, entre los que se celebra luego la elección propiamente dicha.
Los partidos de masas, una invención socialista imitada por comunistas y fascistas
Los laboristas británicos idean a principios del pasado siglo un nuevo tipo de partido de cuadros, en el que las comisiones están compuestas de notables con funciones. Las forman los representantes de las organizaciones profesionales, asociaciones intelectuales, mutuas y cooperativas. Estos designan los candidatos a las elecciones y administran los fondos de propaganda creados con las aportaciones de cada grupo. El sistema ha sido adoptado por los de género socialista como los escandinavos y belgas, e incluso por los demócrata-cristianos corporativos. A día de hoy, en el caso de España, a parte de otras formas, con mayor o menor transparencia, que los partidos lleven a cabo para recaudar fondos de cara a sus campañas electorales, aquellos reciben subvenciones de dinero público para tal fin con cargo a los presupuestos generales del Estado, estableciéndose una relación de simbiosis para algunos, parasitaria para otros, desvirtuándose más si cabe en ambos casos la representación de la ciudadanía que ejercen dichos partidos.
Los partidos de masas son una invención socialista de comienzos del siglo XX. Imitan su fórmula los comunistas y fascistas, y la imitan algunos conservadores y liberales, que, aunque no lo logran, intentan pasar de una estructura a otra.
La organización de los partidos socialistas responde, en primer lugar, a imperativos financieros. Para hacer frente a los gastos de la elección de sus candidatos se piensa en inscribir el mayor número posible de seguidores fijos, a los que se hace pagar una cuota regular. En segundo lugar, buscan educar políticamente a la clase obrera con reuniones periódicas de las elecciones del partido, para permitir que ejerzan sus derechos de manera plena. Es lo que en España se conoce como las bases, la militancia o los afiliados, cuya presencia y poder decisorio se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, siendo a día de hoy su participación una mera pantomima con la que maquillar la absoluta falta de democracia interna en los partidos políticos, convertidos en meros trampolines financiados en parte por el Estado para conseguir un acta de representación en la escena pública.
Existe relación entre las estructuras de los partidos y la evolución de la sociedad. Los de cuadros corresponden a conflictos entre la aristocracia y la burguesía; los de masas, a la ampliación de la democracia que alcanza a toda la población y para que ésta participe de modo permanente.
Partidos comunistas occidentales: del modelo socialista al soviético
Los primeros partidos comunistas occidentales se constituyen según el modelo socialista; pero en 1924 se les impone la adopción de las estructuras del soviético, muy eficaces para asegurar el encuadramiento flexible y sólido de grandes masas humanas.
La primera nota característica de los comunistas se tiene en el elemento fundamental. Como los socialistas, aspiran a lograr gran cantidad de simpatizantes, pero su distribución en lo local es distinta. Los agrupan según el lugar de trabajo. Así las «células de empresa» suceden a las comisiones y secciones, sin que esto signifique la desaparición de las células que apiñan a los trabajadores aislados. Gracias a ello, por un lado, el contacto es constante y más estrecho, lo que facilita los acuerdos y la recepción de instrucciones; por otro, sus discusiones se nutren de los problemas laborales y de la empresa que, unidos a los de política general, hacen que cada miembro tenga conocimiento de la importancia y el significado de su adhesión.
Diferente disfraz, mismo objetivo: pensamiento único y unidad de acción
La segunda nota diferenciadora consiste en que la célula comunista es más pequeña, puesto que reúne normalmente sólo algunas decenas de afiliados. Cuando una resulta demasiado grande, se divide tan pronto como se encuentra un dirigente para la nueva. La solidaridad es más fuerte en un reducido grupo homogéneo, aunque se arriesgue a dispersarse y disgregarse, lo que los comunistas han logrado evitar con una disciplina y una centralización mayores, así como con un encuadramiento ideológico férreo, que estimula la misma forma de razonamiento en todos los partidarios. Esta idea, aunque a priori no lo parezca, tendría cierto paralelismo con lo que en España se ha venido en llamar disciplina de partido, y que no busca otro objetivo que la unidad de acción en la estrategia política, independientemente de las divergencias ideológicas o de concepto que sobre determinados asuntos puedan surgir entre los miembros del partido. Relacionada con la anterior también estaría la denominada disciplina de voto, la cual persigue la unidad de acción por parte de los distintos cargos elegidos, pertenecientes a un mismo partido, a la hora de votar en las distintas cámaras parlamentarias.
Los fascistas tienen su auge entre las dos guerras mundiales, primero con el italiano, cuyo sistema llega al máximo grado de perfección con el nacionalsocialismo alemán. Son partidos, al igual que los socialistas y comunistas, de masas, pero agrupan a sus fieles mediante la aplicación de técnicas militares. Aunque no todos los leales forman parte de ellas, las milicias constituyen el elemento esencial del partido. El resto representa una especie de reserva. La base es una agrupación muy pequeña, fácil de reunir en cualquier momento, la cual se articula con otras como en el ejército, o sea según una pirámide jerárquica.
¿Mediadores o barrera?
Los partidos desempeñan dos funciones en la representación política. Ante todo, encuadran a representados y representantes, y se erigen en mediadores entre elegidos y electores, mediación muy discutida, pero indispensable, porque sin partidos es imposible el funcionamiento de la representación política, basada en la afirmación teórica y la realidad práctica del derecho universal al voto.
En los de cuadros tradicionales, los candidatos son designados por las comisiones de notables. A finales del siglo XIX, los Estados Unidos reaccionan contra este sistema lanzando a la palestra política el procedimiento de «primarias». Consiste en organizar una primera elección a fin de que cada partido designe el candidato que le va a representar en los comicios. La papeleta de voto lleva varios nombres y el elector pone una señal, normalmente una cruz, delante del que elige. De todas suertes, siempre son las comisiones las que escogen algunos candidatos. Los de masas emplean otro sistema: celebran congresos en los que participan todos los miembros de un partido. Se utiliza más el procedimiento representativo, que resulta satisfactorio si el partido, por ser muy grande, reúne muchos ciudadanos interesados en cuestiones políticas; lo será menos si el número de miembros respecto al conjunto de lectores peca de reducido. Las comisiones directoras maniobran para que se designe a quien goza de su confianza, pero no siempre lo consiguen.
Lógicamente los elegidos deben sentir mucho interés en estar en contacto permanente con los electores para asegurar su nueva elección, y suelen pasar sus periodos libres, asistiendo a todo género de manifestaciones sociales. Lo mismo podría llevarse a cabo sin partidos políticos, pero estos facilitan la tarea, porque ponen a disposición del electo un grupo de colaboradores que sirven de enlaces de confianza entre ambas partes. El peligro del método estriba en que también pueden dar al interesado una opinión deformada.
Los principios liberales llevan de modo inevitable al sufragio universal. Este existe teóricamente en todas las constituciones, pero no en la práctica. Unas veces la falta de información y de cultura, otras las graves diferencias económicas existentes y otras la tecnocracia dificultan, cuando no hacen imposible, el derecho a la votación. Buena prueba de ello es que en la mayor parte de los países no se establece directamente, sino que se aplica primero una fase transitoria, bastante larga, de sufragio restringido.
La forma más extendida de éste condiciona el voto a determinadas situaciones económicas, reflejadas en la cuantía de los impuestos pagados. Otra puede ser la de que no voten más que los propietarios. Cualquiera de ellas trata de justificarse alegando que sólo los económicamente fuertes, o propietarios, soportan las decisiones de la Administración y del Gobierno, por lo que son los únicos verdaderamente ligados a la nación.
Este sufragio se ha utilizado en los Estados Unidos de manera un tanto atenuada y fundamentalmente dirigida a privar del derecho al voto a la población de raza negra.
Otra forma restrictiva estriba en el sufragio capacitario. Como su nombre indica, se concede el voto sólo a los ciudadanos poseedores de cierto grado de conocimientos o preparación cultural. En realidad, significa una conquista de la opinión pública sobre el sufragio censitario, mencionado en el párrafo anterior.
Cada voto cuenta...
Jurídicamente se llama sufragio universal aquel que no está limitado por ninguna de las circunstancias enunciadas anteriormente. Sin embargo, eso no significa que tengan voto todos los habitantes de un país, pues incluso en los de régimen de sufragio universal se intenta de alguna manera limitar o apartar de su ejercicio a ciertas categorías de personas.
Por ejemplo, las limitaciones debidas al sexo. El sufragio femenino no se establece hasta 1944 en todos los grandes estados del mundo, siendo Francia el último en admitirlo. Los motivos más comúnmente aceptados para esa limitación han sido, en primer lugar, la concepción desigual de los sexos; en segundo lugar, se deriva de una absurda oposición entre el hombre y la mujer, en la cual los varones procuran siempre conservar una situación privilegiada e injusta.
Otra es la limitación basada en la edad. Se priva a los jóvenes del derecho al voto porque se les considera inmaduros. En muchos casos se ha empleado la elevación de la mayoría de edad electoral con fines políticos. Las personas son más revolucionarias en sus primeros años. Los regímenes conservadores retrasan la concesión del voto del derecho de voto; los revolucionarios hacen lo contrario.
No se considera injusta la exclusión de las personas condenadas por los tribunales por delitos de derecho común, dada a la calidad ética que se les presupone. Otra limitación pesa en algunas naciones sobre los militares. Se basa en la creencia de que debe evitarse su intromisión en la política, por entender que es perjudicial para la disciplina militar, o para impedir la posible coacción de los mandos sobre los soldados. En cualquier caso significa privar a ciudadanos de uno de sus derechos.
El sufragio debe ser igualitario. No obstante, se ha intentado eludirlo directa o indirectamente, lo que ha dado origen al sufragio desigual, en el que determinadas personas disponen de más de un voto.
Hay que distinguir el voto múltiple del voto plural. En el primero cada elector dispone de un voto pero puede ejercerlo en varios distritos a la vez, por ejemplo, en el que vive, el que trabaja y en el que ha estudiado, aunque haya de desplazarse. En el plural, un elector dispone de varios. Se ha pensado también en conceder unos suplementarios a los económicamente fuertes para contrarrestar la mayoría numérica de los débiles, como en Francia, en 1820, con el «doble voto». Estos sistemas han desaparecido para dar paso al sufragio familiar, que adopta distintas expresiones. En una de ellas, el cabeza de familia tiene, además de su voto, tantos como hijos menores posee; en otra se concede al mismo un voto más a partir de un número dado de hijos. La doctrina se justifica con la afirmación de que un soltero y un cabeza de familia no tienen el mismo papel en la nación.
La desigualdad de las circunscripciones se logra dando a cada una de ellas el mismo número de representantes sea cual fuere su respectiva población. Con ello, cualitativamente, tiene mucho más valor el voto de los ciudadanos de las menos habitadas, pues, siendo minoría de población, eligen el mismo número de representantes que las que tienen gran densidad demográfica. Ello motiva en muchas ocasiones gran preponderancia de los sectores rurales, menos poblados, sobre las ciudades multitudinarias.
El recorte de circunscripciones es método mucho más útil para conseguir la desigualdad de la representación. Consiste en disminuir o ampliar una de ellas de forma determinada para modificar el resultado de la elección. Este sistema se sigue en los Estados Unidos hasta 1962 en que el Tribunal Supremo toma cartas en el asunto.
El sufragio indirecto consiste en un procedimiento de tamiz, que puede ser tan largo como se quiera, en el cual la base elige a unos delegados o comisionados para que, a su vez, elijan a los representantes, o bien, indefinidamente, a otros delegados o comisionados, y así sucesivamente hasta que se eligen los representantes. Esta técnica sobrepasa en mucho las anteriores de desigualdad en la representación, porque la acción de los electores resulta tanto más lejana cuanto mayor sea el escalafón de delegados elegidos. Es el procedimiento para hacer sufragio universal en la base y censitario en la cúspide.
Sin embargo, en la actualidad la desigualdad es menor de lo que a primera vista pudiera imaginarse, pues en el contexto de un país queda compensada en su casi totalidad. La de unas circunscripciones equilibra las de otras, pero todos los partidos tratan de utilizarlas en su beneficio.
Alguien podría preguntarse el porqué de estas deformaciones de la representación. La contestación no puede ser más que una: los intereses de los grupos fuertemente apoyados en su fuerza económica, los cuales se resisten por todos los medios a perder los enclaves del poder político.
Cómo manipular la voluntad de los electores
Después de hablar de las tentativas para conseguir la desigualdad en el voto, hay que tratar de las que se realizan para deformar la elección, es decir, alterarla de modo que el resultado difiera de la voluntad de los electores. En principio, son raras en los países desarrollados y mucho más frecuentes en los subdesarrollados, y más claras en el campo que en las ciudades, porque en aquel tiene menor precisión el encuadramiento de los electores. He aquí sus formas más usuales: presiones sobre electores o candidatos y manipulación material.
En cuanto a las primeras no se debe confundir la presión, que es casi siempre amenaza, con la propaganda. Aquella se manifiesta como amenazas de represalias en caso de votar a disgusto de los interesados, argumento muy poderoso, porque lo esgrimen quienes tienen poder para ello, sea religioso, sea moral, político o económico. Basta, en muchos casos, para orientar los votos.
Dos clases de presiones se ejercen sobre los candidatos: unas derivadas del sistema político y otras de los medios económicos. Las primeras se dan en los países en que la oposición se haya subyugada, porque no dispone de medios de expresión. Las segundas, más sutiles, ocurren a pesar del esfuerzo de los estados por eliminarlas. Son consecuencia de las desigualdades en la distribución de la riqueza. Los Estados democráticos intentan proporcionar la máxima igualdad a los candidatos. Evitan cuanto implica conceder más oportunidades a los ricos que a los pobres, bien limitando gastos electorales, bien costeándolos el Estado.
Las manipulaciones materiales son cada día menos frecuentes y menos utilizadas. Constituyen métodos burdos como falsificar actas, trucar las urnas o votar falsos electores. Van desapareciendo a medida que se coloca el sufragio bajo el control del público y, sobre todo, de los delegados de los candidatos o de los partidos. Sin embargo, dados los continuos avances tecnológicos para el conteo de los sufragios, se habla desde hace años de un tipo de manipulación material que tendría precisamente que ver con las maniobras informáticas que podrían ser llevadas a cabo con el fin de alterar el recuento de los votos. Sin embargo, gracias a que, como es el caso de España, existen actas donde manualmente se anota el número de votos en cada mesa electoral, siendo testigos representantes de los distintos partidos, una hipotética disparidad entre dichas actas y el conteo informático dejaría al descubierto la evidencia sobre un posible pucherazo en las urnas.
Finalmente hay que hacer referencia a la cuestión de si el voto ha de ser público o secreto.
En el siglo XVIII, algunos teóricos, entre los que se cuentan Montesquieu y Robespierre, preconizan el sufragio público por entender que permite que los votantes se guíen por la opinión de los más notables. Ven, además, en ello un medio de desarrollar el valor cívico. En la actualidad se considera que el voto público atenta contra la libertad de los electores, puesto que los expone a las presiones o represalias de sus adversarios políticos, sobre todo si estos obtienen el triunfo electoral. Por eso el secreto de la votación se protege en los Estados modernos, y se tiene por un avance hacia un sufragio más sincero.
Otra cuestión estriba en saber quién juzgará y supervisará la elección para que sea correcta. Cuando se admite la soberanía parlamentaria, el propio Parlamento se encarga de controlar el desarrollo electoral mediante la verificación de poderes de sus miembros al comienzo de cada período legislativo. Es el sistema denominado contencioso-político. Otro, más lógico, se llama contencioso-jurisdiccional. Se trata de efectuar una acción que entra en las atribuciones normales del juez. Así ocurre en Gran Bretaña; pero, para que el sistema tenga eficacia es necesaria la independencia judicial de cualquier otro poder, sea del tipo que fuere.
«Ya soy senador, ¿y ahora qué..?»
"Hijo, ya eres un político...". Escena de la Película 'El Candidato' (1972).
[Fuente: VVAA (1978). El sufragio y los partido políticos. En Maravillas del Saber. Consultor didáctico (Tomo VIII, pp. 71-76). Milán, Italia: Editrice Europea di Cultura]