El nombre de la rosa es una laureada novela del escritor italiano Umberto Eco, que en 1986 fue exitosamente llevada al cine. A grandes rasgos, se trata de una historia de misterio ambientada en el siglo XIV en la que un fraile franciscano, Guillermo de Baskerville, acude junto con su discípulo Adso a una abadía en Italia con el objetivo de tratar de resolver una serie de crímenes que están teniendo lugar en ella. Si bien el libro es absolutamente recomendable, la película también incluye algunas píldoras demoledoras a la hora de abordar conceptos como la fe, el conocimiento o el miedo, y su perversa y eficaz combinación para mantener el control sobre el ser humano.
La risa
Una de esas píldoras se produce cuando ambos protagonistas visitan el scriptorium de la abadía para investigar la última muerte en extrañas circunstancias. La de un monje que, a través de sus miniaturas, había dejado curiosos mensajes en el libro en el que se encontraba trabajando antes de su trágico final. Fray Guillermo, provisto de unas lentes de aumento -oculi de vitro cum capsula-, puede así dar cuenta de unas ilustraciones donde la burla es utilizada por el autor para expresar de manera oculta su opinión sobre la jerarquía eclesiástica, dando lugar al siguiente diálogo con uno de los frailes más longevos de la abadía, quien irrumpe iracundo en la escena...
— Un asno enseñando las Escrituras a los obispos. El Papa es un zorro y el abad es un mono. Sin duda tenía un osado talento para las imágenes cómicas.
— Verba vana aut risui apta non loqui. Espero que mis palabras no os hayan irritado Fray Guillermo, pero he oído a unas personas que reían de cosas risibles. Los franciscanos sin embargo pertenecéis a una Orden donde la risa se contempla con indulgencia.
— Sí, es cierto. San Francisco tenía mucha tendencia a la risa.
— La risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos.
— Los monos no ríen; la risa es un atributo humano.
— Como el pecado. Cristo nunca rió.
— ¿Podemos asegurarlo?
— En ningún momento de las Escrituras se dice que riera.
— Tampoco en ningún momento se dice que no lo hizo. Si hasta se sabe que los santos se servían del humor para ridiculizar a los enemigos de la fe. Por ejemplo, cuando los paganos sumergieron a San Mauro en agua hirviendo, él se quejó de que su baño estaba frío; el sultán metió su mano en él y se la escaldó.
— Un santo sumergido en agua hirviendo no bromea con gracias infantiles; reprime sus gritos y sufre por la verdad.
— No obstante, Aristóteles dedicó su segundo libro de Poética al humor como instrumento de la verdad.
— ¿Habéis leído esa obra?
— No, claro que no; se perdió hace muchos siglos.
— ¡No se perdió, jamás fue escrita! Porque la providencia no desea que se glorifiquen las cosas fútiles.
—Eso es discutible... Yo pienso que...
— ¡Ya basta! ¡Esta abadía está entristecida por el dolor y vos pretendéis turbar nuestra pena con burlas vanas!
— Perdonadme, venerable Jorge. Mis comentarios estaban fuera de lugar.
La duda
En otra memorable escena del film, Fray Guillermo y Adso logran acceder a un lugar oculto en la abadía para la mayor parte de sus moradores, donde se esconde un tesoro de valor incalculable. La corazonada y sorpresa del fraile se funden en una explosión de júbilo ante tal descubrimiento...
— Adso, ¿te das cuenta? Estamos en una de las mayores bibliotecas de toda la Cristiandad.
— ¿Vamos a encontrar el libro que buscamos?
— Con tiempo... Oh, el Beato de Liébana. Esto, Adso, es una obra maestra... y esta es la versión comentada por Umberto da Bologna. ¡¿Cuántas salas más?! ¡¿Cuántos libros más?! A nadie debería prohibírsele consultar estos libros con toda libertad.
— Tal vez se los considera demasiado preciosos, demasiado frágiles...
— No, no es por eso Adso. Es porque, a menudo, contienen un juicio diferente al nuestro. La idea es que podían llevarnos a dudar de la infalibilidad de la palabra de Dios... Y la duda, Adso, es enemiga de la fe.
El miedo
Inmerso en la laberíntica biblioteca que acaba de descubrir, Fray Guillermo y su discípulo se topan nuevamente con el hermano Jorge, quien custodia con celo las obras que allí se encuentran, especialmente el segundo libro de Poética de Aristóteles, sobre el que Guillermo ha mostrado un especial interés por sus páginas...
— Venerable hermano, hay muchos libros que hablan de la comedia. ¿Por qué os produce éste tanto miedo?
— Porque este es de Aristóteles.
— ¿Pero qué es lo alarmante de la risa?
— La risa mata el miedo y sin el miedo no puede haber fe. Porque sin miedo al diablo... ya no hay necesidad de Dios.
— Pero no eliminaréis la risa, eliminando ese libro.
— No, desde luego. La risa seguirá siendo la diversión del hombre sencillo, ¿pero qué ocurrirá si por culpa de este libro los hombres doctos declaran que es permisible reírse de todas las cosas? ¿Podemos reírnos de Dios? El mundo desembocaría en el caos. Por eso voy a sellar lo que no debe ser dicho, y me convierto en su tumba.