Gene y Walter sólo se veían las caras cuando coincidían en el único bar del pueblo, donde solían disfrutar de fluidas, animadas y trascendentales conversaciones que saciaban su curiosidad y alimentaban su intelecto. Se trataba de diálogos elevados; no en vano eran mantenidos desde un taburete, junto a la barra. Eran diálogos a palo seco, de un solo trago.
- ¿Qué va a ser Gene, lo de siempre?
- No Walter, creo que esta vez será un varón.
- No, me refería a si te pido lo de siempre.
- Si me pides lo de siempre no habrá manera de que pruebe algo diferente.
- Conmigo no te hagas el gracioso, Gene.
- No puedo pretender no hacerme lo que, de hecho, ya soy, Walter.
- No cabe duda de que te quieres quedar conmigo.
- Pero no será por mucho tiempo, tengo que ir al banco.
- ¿Alguna letra devuelta? ¿O es que vas a pedir un préstamo?
- Me refería al banco que hay frente a mi casa, donde me siento a echar pan a los pájaros.
- Te gusta jugar al despiste, ¿eh, Gene?
- Sinceramente, prefiero jugar a las cartas, preferentemente al póker.
- ¿Sabes Gene? Un día de estos se me va a agotar la paciencia…
- ¿Y cómo sabes que será uno de estos días y no dentro de un par de meses?
- Se me están hinchando las pelotas… ¿Sabes que quien ríe el último, ríe mejor, Gene?
- No sé, Walter. También dicen que los últimos serán los primeros, lo cual nunca ha acabado de convencerme.
- No tienes remedio, Gene.
- Eso mismo me dijo el doctor Heal antes de ser internado.
- No sabía que te habían internado…
- No Walter, no fue a mí a quien internaron, sino al doctor Heal.