Llegar a la escuela... escuela de daño,buenos maestros... para aprender a odiar.Ilegales, ‘Destruye’
Había llegado a la escuela como todos los niños de su generación, o casi todos. Todavía muy inocente y con muy buenas intenciones. El colegio sería su segunda casa; los profesores, sus segundos padres. O eso le habían dicho. Y él, naturalmente, se lo había creído.
Era una tarde cualquiera de aquel año en que Marty se encontraba en su pupitre, aguardando instrucciones de Miss Ubaldine, su profesora y la de los otros poco más de 20 alumnos que también esperaban en sus respectivos puestos, debatiéndose la mayoría, al igual que Marty, entre la incertidumbre y el miedo. Marty, que tenía siete años, se preguntaba una y otra vez por qué en este nuevo curso se sentaban de forma individual, cuando en el anterior compartían en grupo grandes mesas circulares. A él le gustaba más aquella disposición comunitaria, se lo pasaba mejor, aprendiendo con doña Ethel, su adorada maestra, rodeado de sus compañeros y amigos.
Miss Ubaldine, con su siempre sobria vestimenta y su no menos habitual cara de temerosas facciones rectilíneas, similar a un frío y cuadrado buzón de pared, emanaba un destilado de vinagre que, en cualquier momento, podía pasar a un estado sulfuroso. Supuestamente dotada no sólo de conocimientos, sino de lo más importante en su profesión, habilidades pedagógicas, tuvo a bien dirigirse a su infantil auditorio con el fin de transmitir las tareas a realizar aquella tarde de diciembre. Sí, tenía que ser el último mes del año, y pronto sabrán por qué.
Aquella era una de esas jornadas que el centro educativo denominaba de ‘Artes plásticas’, lo que suponía acudir acompañado de todo el arsenal para la ocasión. A saber, estuche de pinturas ‘Plastidecor’, estuche de lápices de colores ‘Alpine’, goma de borrar ‘Milán’ e imaginación, mucha imaginación; en cambio esta vez no sería tan necesaria, pues el trabajo estaba perfectamente definido de antemano, sin apenas lugar para la improvisación. La agridulce profesora –también de vez en cuando exhibía contados y efímeros destellos de dulzura- fue repartiendo a cada alumno una lámina que contenía únicamente el contorno en color negro de las figuras más representativas de un típico Portal de Belén navideño: el niño Jesús en su cuna flanqueado por la Virgen María y San José, en compañía de un buey, o quizás una vaca; parecía no estar claro, y así podía deducirse del murmullo suscitado al respecto; por otro lado, lo que para unos parecía una mula, para otros era claramente un caballo. Miss Ubaldine comenzaba a ponerse nerviosa tras la algarabía que se había formado en torno a la verdadera identidad de las figuras no humanas que habitaban aquel establo. Como siempre, zanjó el problema de raíz.
- ¡Silencio! ¡Si-len-cio! ¿Es que sois imbéciles? ¿O acaso queréis tomarme el pelo?
Ella siempre se tomaba todo como algo personal. Años más tarde leería en algún libro lo que probablemente le ocurría a Miss Ubaldine; su comportamiento parecía obedecer a un complejo de inferioridad y falta de autoestima, luego de experimentar una infancia un tanto traumática, especialmente en las relaciones con sus padres, donde la falta de cariño incondicional, comprensión y tolerancia, era suplida por un cariño de cartón piedra, preñado de adulación, sobreprotección e imposición.
- ¡Si es que está bien claro, atajo de memos! Quienes acompañan a la Divinidad son una vaca y una mula –aclaró vociferando Miss Ubaldine. ¡Así que ya estáis empezando a rellenar con color los diferentes contornos que veis en la lámina!
- ¿Una vaca? Pues yo no le veo las tetas –replicó un alumno de la última fila.
- ¿La vaca es lechera? –preguntó otro que se encontraba dos pupitres por delante.
- Pues yo más bien lo que veo ahí es un toro –se oyó desde las primeras filas.
- Pues a mí me parece un búfalo –alguien gritó desde un pupitre al lado de una ventana.
En pocos segundos, las mejillas de Miss Ubaldine estaban ya a tono con el rojo pimienta de su pintura de labios, su torrente sanguíneo viajaba a la velocidad de la luz y sus cuerdas vocales estaban listas para romper la barrera del sonido.
- ¡La madre que os parió. No me importa si lo que hay ahí es un buey, una vaca o el toro que mató a Manolete. Pero lo que es seguro es que de aquí al final de la clase vais a pegar vuestras narices en esa lámina y no os marcharéis a vuestras casas hasta que la hayáis pintado por completo!
Tras las estruendosas y amenazantes palabras de Miss Ubaldine, un silencio sepulcral invadió el aula y todos se pusieron manos a la obra. A Marty no le había quedado claro aquello del toro que mató a Manolete; sí, en cambio, el resto del mensaje.
Se acercaba el final de la clase y la profesora aprovechó para dar un paseo entre los pupitres para ver cómo marchaban los trabajos. Duró más bien poco; lo que tardó en otear la lámina de Marty, quien sin percatarse de la cercana presencia de la capataz, se afanaba en dar los últimos retoques a su obra pictórica. Miss Ubaldine tocó ligeramente la espalda de Marty; empleando un tono de voz tan delicado como engañoso y haciendo gala de una cínica amabilidad, pidió al muchacho que se pusiese de pie. Apenas Marty se había incorporado, y mientras se giraba hacia ella, ésta impactó brutalmente la palma de su mano en su rostro desprevenido. La bofetada, tan perfecta como bestial en su ejecución, le dejó unas efímeras huellas físicas; no sucedería lo mismo con las psicológicas. Una bofetada a destiempo, una bofetada totalmente fuera de lugar.
- ¡¿Pero a qué anormal se le puede ocurrir pintar la paja de la cuna del Niño de color azul?! –bramó Miss Ubaldine fuera de sí y ante la estupefacción generalizada en el aula.
Profundamente aturdido y todavía lloroso, Marty se encontraba caminando de regreso a casa. Se movía como un sonámbulo, sus piernas le llevaban, como si conociesen de memoria el recorrido, pero su mente flotaba en otra parte, ajena a lo que le rodeaba, ajena al maltrato todavía mayor que le quedaba por sufrir y, por supuesto, ajena a la apresurada y convincente llamada telefónica del director del colegio a sus padres. Los mismos que no sólo aceptaron la versión oficial del centro, sino que obligaron a su hijo a irse a la cama sin cenar como castigo, sin siquiera querer escuchar su versión de lo acontecido.
Tras experimentar por primera vez una ira y un odio simultáneos que lo estrangulaban, Marty tampoco dejaba de preguntarse si el Niño Jesús, al igual que Miss Ubaldine y sus padres, estaría terriblemente enfadado con él. Comenzó a rezar y pronto se quedó dormido.
Al día siguiente, mientras desayunaba, empezó a recordar nítidamente el sueño que había tenido y en el que una voz dulce y sincera le había susurrado al oído: “Donde la despistada mente de Miss Ubaldine vio paja y nada más que paja en mi cuna, tu mente despierta percibió una pequeña manta de color azul. Bueno, para ser exactos, tu mente despierta… y tu sentido común, ¿o es que alguien en su sano juicio depositaría a un bebé recién nacido y en pañal directamente sobre un montón de paja?”