Ovidio se encontraba aquella fría mañana invernal en la pequeña pero acogedora sala de espera del dentista al que solía acudir. Esta vez se trataba de una de sus muelas del juicio, que desde hacía semanas lo traía de cabeza; todo había empezado con las pequeñas y típicas molestias relacionadas con la sensibilidad al frío, pero que gradualmente fueron in crescendo, de tal modo que en los últimos días la tortura era ya insoportable.
Mientras dolorido esperaba su turno, comenzó a ojear una de esas típicas revistas que suelen encontrarse en las salas de espera de profesionales de la salud. En esta ocasión hubo suerte, aunque no tanta para el bueno de Ovidio, pues si bien se consideraba afortunado por tener entre sus manos uno de los últimos ejemplares de una revista divulgadora de conocimiento, su portada, en la que aparecía un rostro humano cubierto por una mascarilla pendiendo sobre su cabeza una jeringuilla en forma de signo de interrogación, le había incomodado.
Ovidio no se encontraba sólo en aquella habitación. Otro varón de entre 60 y 70 años, en compañía de una mujer en la misma franja de edad que parecía ser su pareja o un familiar cercano, estaban sentados a escasos dos metros de Ovidio, quien pese a todavía sostener en sus manos la publicación, el interés por su lectura se había esfumado. Al tiempo que hacía el ademán de levantarse de su silla para estirar un poco las piernas, la mujer se decidió a romper el silencio reinante entre aquellas cuatro paredes.
— Menos mal que sólo estoy aquí de acompañante. No me gustaría estar en el pellejo de mi esposo, pues lo suyo va para largo. Por su cara, y disculpe mi atrevimiento, parece que a usted tampoco le van demasiado bien las cosas con su dentadura...
— Una muela tiene la culpa de que esté aquí. Pero qué le vamos a hacer, es lo que toca -precisó Ovidio, confiando en vano que su interlocutora hubiera saciado la curiosidad.
— Espero que no sea del juicio... esas son las peores, dan mucha guerra, no se lo deseo a nadie... ni siquiera a esos negacionistas y demás calaña que están poniendo en peligro nuestra salud y la suya propia... -manifestó la mujer, esperando la complicidad de Ovidio, mientras su marido permanecía en silencio y sin la más mínima intención de abrir la boca. Quizás porque irremediablemente ya tendría que abrirla durante mucho tiempo más tarde.
Teniendo en cuenta que Ovidio, al que más que negar le gustaba argumentar, era uno de esos negacionistas a los que aludía la mujer, y que en absoluto tenía ganas de seguir conversando con los latidos de dolor en el interior de su boca que se intensificaban por rachas, la caja de los truenos podía abrirse en cualquier momento.
— Ya que ha sacado el tema, y si me lo permite, le diré que quien quizás nos está no sólo poniendo en peligro, sino directamente atacando nuestra salud y nuestra libertad no es precisamente ese bicho terrible del que todo el mundo habla, pero que muy pocos o nadie han visto realmente... al menos en los términos que políticos y medios de comunicación proclaman, trasladando el mensaje de que el enemigo a batir es peor que el Yeti, el monstruo del Lago Ness y Godzilla juntos...
— ¡¿Qué me está diciendo, que ese terrible bicho, como usted lo llama, no existe... con la cantidad de muertos que ha dejado y sigue dejando por el camino?! -salió al paso en tono no precisamente amistoso y desafiante la acompañante del hombre mudo.
— Bichos como ese existen quizás desde que la vida habita en la Tierra y el ser humano lleva desde entonces conviviendo con ellos, desarrollando una capacidad natural para enfrentarse a ellos en caso de necesidad. Ahora bien, efectivamente, el bicho del que hablan políticos y medios de comunicación es una especie de súper bicho de otro planeta, que ha venido aquí con la malévola intención de exterminarnos a todos... -replicó Ovidio en tono tampoco cien por cien amistoso. Su dolor de muelas, si no había desaparecido, había pasado a un segundo plano.
— ¿Pero es que usted no ve la televisión, no escucha la radio o lee los periódicos? -volvió a la carga con incredulidad la mujer, mientras su acompañante seguía sin decir ni mu, aunque por su mirada parecía muy atento a lo que Ovidio estaba diciendo.
— Usted misma lo ha dicho, y llevo haciéndolo desde hace más de una década. Lamentablemente no es que el mundo haya cambiado demasiado desde entonces, si acaso a peor, pero créame, veo la vida de otra manera. Debería usted probar a desconectar ese aparato aunque sólo fuese durante 24 horas. Tengo un amigo que, cada vez que nos vemos, hablamos por teléfono o intercambiamos algún email no deja de preguntarme cuándo creo que se acabará toda esta pesadilla que estamos viviendo...
— ¿Y usted qué le responde? -interrumpió ansiosa Lady Bugs. Aunque no sabía como se llamaba, ese era el nombre de su interlocutora que se había formado en la mente de Ovidio tras ya varios minutos de diálogo.
— Le digo: ¿quieres que de verdad se acabe todo esto? Apaga el televisor. No sólo el bicho pasará a un segundo nivel, o incluso desparecer, sino que tu salud mental y espiritual mejorará de manera considerable. ¿Acaso los seres humanos no mostramos rechazo hacia aquello que nos intoxica?
A Lady Bugs no parecían gustarle mucho -en realidad nada- las manifestaciones de Ovidio. Por contra, a Mr. Silence, pese a que de su boca no había salido todavía palabra alguna, se le veía encantado con las intervenciones de Ovidio; la expresión en su rostro lo delataba.
— ¿Y qué me dice de aquellas comparecencias televisivas con militares y demás Fuerzas de Seguridad? Sin duda cuando se moviliza así a esta gente es porque la cosa es seria -prosiguió enconada la mujer.
— Precisamente de eso se trataba, de comparecer de esa manera...
— ¿Qué quiere decir?
— ¿Cómo consigues que una pulga parezca un elefante? Con una buena puesta en escena para crear alarmismo e infundir miedo, o mejor dicho... terror, mucho terror. De ahí que una crisis sanitaria desde el principio se enfoca como una crisis política, de Estado, de seguridad nacional... como si estuviésemos inmersos en una guerra... esto es una guerra, se escuchaba y leía a todas horas. En lugar de afrontar la crisis desde una perspectiva sanitaria, se pone al frente de ella a políticos y expertos para la ocasión, prescindiendo de los verdaderos especialistas, y no sólo eso, desprestigiando, silenciando y matando civilmente a quienes, entre ellos, han osado levantar su voz. A esa puesta en escena teatralizada sumémosle la continua campaña de terror propagada diariamente por los grandes medios de comunicación... sí, esos que a cambio de publicidad institucional para sostener sus deficitarios e inviables modelos de negocio, sirvieron de soporte a la propaganda gubernamental diciendo que de ésta íbamos a salir más fuertes... Por el amor de Dios, miremos a nuestro alrededor... ¿de verdad hemos salido más fuertes? ¿en serio?
— ¿Y qué me dice de esos miles, millones de muertos y de infectados en todo el mundo? -contraatacó Lady Bugs nerviosa.
— Mire, señora... lo que le voy a decir está siendo ya reconocido por políticos, expertos oportunistas e incluso publicado y difundido por las prostitutas mediáticas. Este bicho, el más famoso de todos los bichos de la historia, no deja de ser muy similar en su comportamiento así como en las consecuencias que tiene para la salud, como ese otro bicho que era antes el más popular y al que todos estábamos acostumbrados a superar sin tanta parafernalia, utilizando la lógica y la racionalidad, el sentido común, totalmente ausentes desde que el apocalipsis parecía cernirse sobre nosotros...
— Pero es que con ese otro bicho que usted comenta no se moría tanta gente... -insistía machaconamente Lady Bugs, que parecía no escuchar las argumentaciones de Ovidio, decidida a hacer valer su verdad, la única, la que durante más de dos años le habían inoculado día tras día, las 24 horas, sin descanso, sin pausa, sin tregua, sin... vergüenza.
— Si revisase las cifras de muertes atribuidas al bicho de siempre que se vienen publicando desde hace ya bastantes años, se llevaría una sorpresa. Después, añada la devastadora ola de terror llevada a cabo con sus terribles consecuencias psicológicas y físicas... piense tan sólo en el estrés sufrido y lo que éste puede llegar a provocar en el cuerpo humano. Tampoco se olvide de los inéditos, prolongados e ilegales encierros a los que fuimos sometidos... Nuestros hogares convertidos en celdas de castigo y para colmo de males: ¿cómo mataba el tiempo y se mantenía informada gran parte de la ciudadanía? Pues con uno de los mejores y todavía eficaces brazos armados del enemigo, el medio intoxicador por excelencia. Añada también la paralización de buena parte de la actividad en los centros sanitarios, salvo que el tema, claro, tuviese que ver con el bicho. ¿Sabe usted la cantidad de personas que habrán fallecido sencilla y tristemente por estar confinadas, su tratamiento fue interrumpido abruptamente o porque no pudo diagnosticarse a tiempo su enfermedad?
Les contaré una anécdota. Un vecino de mi edificio tuvo la mala pata, y nunca mejor dicho, de romperse una pierna en pleno auge de esta crisis mal enfocada a propósito. Una vez en el servicio de Urgencias del hospital, fue sometido a uno de esos tests que, no se si vieron la película, pero como decía el divertido personaje de Pazos encarnado por Manuel Manquiña en Airbag: "Igual que te digo una cosa, te digo la otra"... El caso es que mi vecino abandonó el complejo hospitalario en muletas y con la pierna escayolada pero su caso, como el tantos otros que en esos infames días allí acudieron por los más diversos motivos, pasó a formar parte del listado de ingresos a causa del bicho, pues lo que prevalecía era el positivo de la burda prueba diagnóstica. ¿Ustedes saben que los hospitales recibían dinero de las arcas públicas por los ingresos relacionados con el bicho, cantidad que era mayor cuanto más larga fuese la estancia? No lo digo yo. Lo pueden ver en boletines oficiales. Esos mismos boletines que llegaron a publicar contratos millonarios para la adquisición de material sanitario con empresas de dudosa o nula reputación, que ni siquiera tenían una dirección física y que incluso algunas de ellas eran precisamente conocidas por sus chanchullos.
Lady Bugs escuchaba atenta a Ovidio pero en su interior no sólo se negaba a aceptar cualquiera de sus argumentos, sino que aquel hombre al que en breve iban a extraer una muela del juicio empezaba a ser, o más bien era ya para ella, una especie de raro o perturbado que, aunque tenía labia, no dejaba de padecer algún tipo de trastorno que le impedía ver lo que a todas luces, según ella, era evidente y estaba fuera de toda duda y discusión.
— Entonces, de las banderillas.. casi que mejor ni hablamos... -sentenció la mujer en tono irónico, no dándose cuenta de que ella misma ni siquiera había utilizado el habitual nombre con el cual, inapropiadamente, estaban siendo etiquetados esos supuestos remedios experimentales contra el bicho, cuyos efectos adversos y hasta en ocasiones letales, estaban siendo ocultados, silenciados... Remedios que de estar en boca de todos han pasado a convertirse en una palabra tabú a la hora de justificar el continuo goteo de personas que han visto su salud seriamente deteriorada o que, de forma repentina y desgraciadamente, han dejado este mundo... muchas de ellas en la flor de la vida.
— Así es, señora, así es... A veces el silencio... es la mejor respuesta... -añadió Ovidio con cierto aire de resignación y frustración, pero también con la sabiduría de quien sabe rectificar.
Y es que el Ovidio del primer y único banderillazo poco o nada tenía que ver con el que ahora, varios meses después, estaba manteniendo aquella conversación con la que no pretendía ni convencer a nadie ni ser comprendido, sino tan sólo ser respetado, tratando de liberar el resentimiento y el rencor acumulados en su corazón, buscando desde el interior de su alma la conciliación y no la confrontación con el resto de almas que lo rodeaban.
Ovidio tenía claro que se encontraba todavía en una guerra que unos pocos habían decidido emprender contra la humanidad, aprovechando la oportunidad que se les brindaba con una crisis que en otra época se hubiera afrontado con normalidad, naturalidad y, sobre todo, desde una verdadera óptica sanitaria. En cambio esta crisis, como nunca antes se hubiera hecho en la historia del ser humano, había sido televisada en tiempo real minuto a minuto. Se trataba a su juicio de un inédito, directo y coordinado ataque global contra las ciudadanías de los respectivos países. Una ofensiva brutal a cara descubierta y a plena luz del día, gracias a la manipulación, la propaganda y la matanza civil de líderes de opinión; no ya sólo de los abiertamente contrarios a línea oficial establecida, sino incluso de aquellos que simplemente se hacían preguntas ante la anormalidad que se estaba implantando, esa que los ingenieros sociales del nuevo orden mundial denominan nueva normalidad. Tenían la excusa para realizar y acelerar cambios hacia un nuevo paradigma de sociedad, acciones que la ciudadanía nunca aceptaría sin alarma social, presión, miedo y coacción.

La puerta de la sala de espera se abrió. Había llegado el turno de Ovidio, que aunque iba a perder una muela, daba la impresión de que el juicio no sólo lo conservaba sino que parecía gozar de buena salud, al igual que su mente, su corazón y su alma. Cuando Ovidio estaba a punto de abandonar la habitación que durante largos minutos había compartido con los otros dos ocupantes se detuvo, dio un paso atrás y con una mano en el pomo de la puerta, girando el cuello hacia Lady Bugs y Mr. Silence, pronunció unas palabras a modo de despedida.
— Sé que van a pensar que estoy loco. Bueno, sé que realmente ya lo piensan después de escuchar mis puntos de vista. Pero siento la necesidad de decirles que vivimos tiempos duros y difíciles, quizás como nunca antes se hayan vivido. Estamos, efectivamente, en medio de una guerra. Pero no una guerra cualquiera. La peor de todas. Una guerra global contra el alma, contra nuestra esencia como seres humanos, una guerra contra la libertad. Una guerra en la que no hay balas ni bombas, que han sido eficazmente reemplazadas por la propaganda y la manipulación... la munición invisible... Una guerra en la que nuestros enemigos son aquellos a quienes hemos confiado nuestra protección, nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras expectativas, nuestras propias vidas, la de nuestras familias, la de nuestros hijos. Una guerra en la que no habrá potencias aliadas que vengan a salvarnos, a liberarnos. Los únicos aliados en esta guerra somos todos y cada uno de nosotros. Sólo cambiando en nuestro interior, de forma individual, lograremos esa gran suma de voluntades que cambiarán el mundo. Ellos lo saben y están haciendo todo lo posible por impedirlo desde hace mucho tiempo, atacando los principios y valores fundamentales del ser humano, desvirtuándolo y desnaturalizándolo, en definitiva... deshumanizándolo... para que así quienes juegan a ser dioses en la Tierra puedan hacer realidad sus malvados sueños... Pero para que el mal triunfe, sólo es necesario que los buenos no hagan nada... y créanme, les puedo asegurar que somos muchos, incluidos ustedes, quienes tenemos la capacidad, y de hecho así se está demostrando, para frenar sus maléficos planes y que la luz se abra paso entre tanta oscuridad...
— Pero el bicho existe... -se apresuró Lady Bugs en afirmar con media sonrisa en la boca antes de que Ovidio abandonase definitivamente aquel cuarto. Una afirmación que ya no contenía tono agrio alguno, a la vez que revelaba que quizás su visión y sobre todo su verdad empezaban internamente a ser cuestionadas.
— Gracias hijo -señaló inesperada y repentinamente Mr. Silence-. Aunque no tengo estudios, tengo ya una edad... y la experiencia de la vida. Ya desde el principio de todo esto había algo que no me cuadraba, pero a ver quién se atrevía a abrir la boca y decir lo que realmente a uno le pasaba por la cabeza, al igual que le habrá ocurrido a tantos otros. No hay peor censura que la autocensura. No hay peor cárcel que la que tu mismo mandas construir a tu carcelero... ¿cómo se puede estar a salvo tras unos barrotes? Es muy triste quedarte de brazos cruzados cuando te están robando la libertad en tus narices... Pero para ser consciente de su pérdida, no basta con tenerla, sino que hay que ejercerla. Sólo así parte del rebaño acierta a ver las intenciones del lobo, mientras la otra parte muestra su malestar, no con el lobo, sino con las ovejas que advierten de su presencia y peligro. Sólo quienes han conquistado y ejercen su libertad, son conscientes de lo dramático que es perderla...
Con el rostro estupefacto de Lady Bugs, quien parecía estarse preguntando si alguien le había dado el cambiazo con su marido o si éste había sufrido un trastorno transitorio de la personalidad a raíz de los comentarios de Ovidio, éste se despidió cortésmente de la pareja y se encaminó hacia la sala donde el dentista le aguardaba, percatándose de que el dolor de muelas había desaparecido. Quizás el último mensaje de Mr. Silence, que con reverberación resonaba en su cabeza, irradiaba una energía analgésica.